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jueves, agosto 23, 2007

El asesinato de una flor, segunda parte

En una enrevesada vuelta del destino, había sido contratado para asesinar a Marguerite. Y allí estábamos, frente a frente. Ella sabía nada de mí y yo sabía casi todo de ella. ¡Oh!, las vueltas de la vida.

"¿Te acuerdas de mí?", le dije.

"¿Liam?", me respondió.

"Te acuerdas de mí".

Ella me inspeccionaba con la mirada, como buscando el engaño.

"Liam ¿eres realmente tú?"

"Sí, ¿por qué, he crecido mucho, engordé?", me pasé una mano por el pelo, aplastándolo, de pronto me sentía más mal peinado que de costumbre.

Ella me sonrío y se acercó un par de pasos hacia mí. "No, no sé, es sólo que estás… diferente", titubeó al escoger esa palabra.

"¿Diferente?"

"Mayor"

"Ah, quieres decir más viejo", sonrió, una sonrisa en serio, no como la de aquella fotografía. “Bueno, ya no tengo 25, tú sabes como son estas cosas, el tiempo pasa, uno envejece.... ¿Estás ocupada?”

"¿Ahora?"

"Sí, ahora"

"No, no mucho..."

"¿Te puedo invitar a tomar algo? ¿A dar una vuelta?", me miró extrañada, tal vez con un poco de miedo. “Es que… no sé, me alegra verte otra vez, quisiera conversar contigo, saber de ti… ¿te parece?”

****

Nos instalamos en un café cercano y pedimos nuestras infusiones de preferencia. Por el ventanal se podía apreciar gran parte de la majestuosidad de la rue de Lille al tiempo que una pequeña de cabellos rubios se asomaba por la ventana y hacía sombra con la mano para espiar dentro del local. No pude evitar sonreír.

Aún cuando la escena me parecía demasiado familiar, como si hubiese ocurrido recientemente, sabía que el tiempo entre el antes y el ahora había sido demasiado. No soy capaz de discernir si sonreía por lo que mis ojos veían o por la ironía del momento y creo que tampoco quiero pensar en eso.

El mesero depositó nuestros brebajes y un pequeño platillo repleto de galletas.

La escena, en su totalidad; con sus centros de mesa, manteles blancos y meseros almidonados, me sabía a chiste repetido, pero no era un gusto amargo, era el dulce sabor de lo conocido, de lo que debería estar reservado para lo que sea que llamemos hogar.

No podía evitar sonreír, de la misma manera que ella no podía evitar contagiarse con mi sonrisa y decidir mirar a cualquier lado menos a mí. Recuerdo haberme preguntado en ese momento si aquello era estar feliz, ser feliz. No, aún no tengo la respuesta.

"Esto es un poco incómodo" me dijo, aún sonriendo.

"¿Un poco?"

"Bastante"

"¿Sólo bastante?"

"No estás ayudando"

"Lo sé... ¿Y? ¿No me vas a preguntar?". Mientras revolvía mi café observé con entretenimiento como sus manos luchaban contra el pequeño envase de endulzante.

"¿Qué? ¿Preguntarte qué?"

"¿Qué ha sido de mi vida? ¿Qué estoy haciendo en París? ¿Por qué hago tantas preguntas? No sé... algo" Se río "A ver, yo te lo abro".

"No recordaba que fueses tan carismático". Puse cara incrédula ante el comentario al tiempo que le devolvía el endulzante abierto.

"Eso dolió Marguerite, eso dolió" Me reí. "Como no vas a preguntar, tendré que hacerlo yo ¿Qué ha sido de tu vida? ¿Qué has hecho? Veo que sigues casada... no, no me pongas esa cara, no lo digo de una mala manera...".

"Sí, sigo casada, y sí, con el mismo estúpido de siempre. No sé que te puedo contar, es que esta situación me parece tan irreal, de todas las personas que he conocido, ciertamente tú eras la última que esperaba volver a encontrarme en esta vida"

"Gracias, yo también te recordaba con mucha ternura..." Compartimos una suave risa. "... pero aquí estoy, no seas tímida, el tiempo es oro, cuéntame, ¿vives acá ahora?"

"Sí, mi esposo y yo nos vinimos para acá hace un par de años, no soportaba estar lejos de mi familia y justo a Michel le ofrecieron un nuevo puesto en la compañía. Nos vino a ambos como anillo al dedo". Sacó un cigarrillo de una fina cigarrera de plata.

"¿Tienes otro de esos?"

"Claro"

"Dios bendiga a los franceses y sus cigarros". Dije por decir algo.

"Gracias"

"No hay de qué. ¿Sabes?" continué "hay tres cosas que los irlandeses hacen muy bien, beber, maldecir y pelear, en especial las primeras dos, pero ¿fumar?, no, ese es un arte que le dejo sólo a los franceses". Me sonrió.

"¿Y qué ha sido de ti?"

"No mucho, terminé mis estudios y ahora he pasado a engrosar la fila de los desempleados. ¿Tienes hijos?" La pregunta la pilló por sorpresa.

"No ¿por qué preguntas?"

"¿Curiosidad?"

"¿Es tú manera de decirme que me veo vieja?" Cerré los ojos como señal de diversión.

"Emm, ¿no?"

Tuvimos un pequeño momento de silencio. Algo que me gustaría ser capaz de llamar "momento de comunión" sin sonar exagerado.

Mientras estábamos así, sumidos en la quietud, decidí que era hora de dejar de fingir que tenía una vida normal y que me había encontrado con una vieja amiga. Tomé la penúltima galleta del platillo y tragué casi sin masticar.

"¿Sabes? No puedo creer que sigas casada con el mismo tipo"

"Sí... y que lo digas"

"Mmm, te ves molesta ¿qué hizo para molestarte?"

"¿Qué te hace pensar que no eres tú quien me molesta con tantas preguntas?"

"Hace poco me dijeron, de una manera muy sutil, que era carismático. Francamente, no creo que yo sea el problema". Me miró con esos ojos grandes que tiene ella.

"Es un idiota, eso es todo, de hecho estoy planeando en demandarlo y pedir el divorcio que, como bien sabrás, no es cosa fácil para las mujeres acá en Francia"

"Me sorprendería que fuese fácil en cualquier lugar del planeta. Y ¿qué has hecho al respecto? ¿contrataste un buen abogado y un detective privado y todo eso?"

"¿Cómo supiste que...?"

"¡Ja! ¿Tenía razón? Y ¿cómo es tu detective? ¿es bueno? ¿anda por el mundo con una lupa entre los dedos?"

"No, no son como los pintan en las películas. Admito que estaba un poco decepcionada por este aspecto al principio, pero al menos trabaja bien"

"Y ¿cuánto cobra?"

"¿Por qué preguntas, acaso perdiste algo que sólo un aspirante a Hércules Poirot puede encontrar?"

"No, también lo puede encontrar un aspirante a Miss Marple". No sé porqué me sorprendió que sonriera ante mi pequeña referencia al mundo del crimen, ¿sería tal vez porque yo sabía qué iba a pasar y ella no? ¿sería porque para mí, intercambiar el nombre de dos detectives ficticios me sonaba a ironía pura, cuando para ella era sólo una conversación pseudos inteligente, aumentando así la ironía? "Preguntaba porque debe ser lo suficientemente caro como para que tengas que empeñar tus joyas para pagarlo".

"¿Cómo sabes eso?"

"Así es como te encontré hoy... toma". Saqué de mi chaqueta la bolsa de papel y vacié su contenido sobre la mesa. Marguerite titubeó un poco al principio, luego tomó la caja alargada y la abrió. Su cara de asombro bordeaba el anonadamiento, entonces, en ese preciso segundo en el que su corazón dio un brinco de alegría, la duda decidió tomar el control y detrás de ella apareció el miedo y la desconfianza. "No he sido exactamente honesto contigo".

"Me tengo que ir". Se preparó para irse, aferrándose a su cartera con aprensión.

"No", la tomé de la mano antes que tuviera la oportunidad de ponerse de pie.

Me miró asustada, con lágrimas comenzando a desbordar de sus ojos, echando a perder su perfecto maquillaje. Luego lanzó una mirada desesperada de socorro hacia los meseros.

»"No hagas eso, no queremos llamar la atención. Además, qué crees que va a suceder si llamas a alguien, sólo somos dos amantes en un café de Paris, en donde tu me pides que deje a mi esposa y yo te respondo que no puedo".

Su aspecto desesperado alcanzó un nivel completamente nuevo de terror.

»"Lo lamento, no quería asustarte. Vamos, no tiene que ser así. Puedes darle un enfoque más lógico –racional, si se quiere-, a este asunto y aceptar estoicamente tu destino. Toma un poco de agua, respira, respira, vamos, yo sé que tú puedes. Necesito que escuches atentamente lo que tengo que decir".

"¿Quién eres? No te reconozco..."

"OK, Marguerite, no quiero sonar engreído, pero ¿qué tanto me conocías en primer lugar? No, no, vamos no llores. En verdad necesito que te calmes, lo que tengo que decir es realmente importante". Me lanzó una mirada que no supe interpretar y bebió un poco de agua, luego dejó de sollozar y con cierta resignación bajó la cabeza, lista para ponerme atención. "Gracias, en primer lugar lamento mucho haberte asustado y haberte hecho llorar, verás, todo esto tendrá sentido muy pronto.

»Lo que he venido a decirte es que estás en peligro, grave peligro. Tú esposo, bueno él... ha contratado a unos matones de mala muerte para asesinarte” Hizo el amago de preguntarme algo. “No, no importa cómo lo sé, lo que importa es que así es y yo estoy aquí para ayudarte... por una módica suma de dinero, por supuesto".

****

"Ok, entonces, déjame ver si entiendo bien, le dijiste que la iban a matar...", asentí, "luego le dijiste que la ibas a ayudar a cambio de dinero y finalmente te comprometiste a salvarla de los chicos malos, siempre y cuando ella no le dijera a nadie." Asentí doble, una vez por cada afirmación. "Ajá, estoy confundido"

"¿Por qué?"

"Tú te das cuenta de que los chicos malos somos nosotros ¿verdad?"

"Sí"

"Estoy aún más confundido.... A ver, estoy de acuerdo con que nuestro trabajo no es lo más legítimo dentro de las innumerables ofertas laborales que hay hoy en día, pero ¿no crees que es demasiado obtener dinero incluso del condenado a muerte?"

"Sí, sobre eso mismo quería hablar... no vamos a matarla"

"Y la confusión aumenta exponencialmente... ¿vamos a matar al esposo?"

"No"

"El contrato ha sido cancelado y vamos a hacerla creer que la vamos a matar para obtener el dinero..."

"Astuto, pero no"

"Entonces ¿qué demonios vamos a hacer?"

"Aquí es cuando la magia comienza". Saqué de mi chaqueta una cinta VHS y se la tiré a Daniel, mi experto en computación. "Revísala. El café al que fuimos hoy tenía tres cámaras de seguridad, una en la entrada, otra en la puerta trasera y una última en la sección dónde nos sentamos con Marguerite. Quiero que la revises y me digas qué ves"

"Pero..."

"Pero nada, revísala y dime qué ves, si fueses un espectador que no tiene idea de qué está sucediendo exactamente, dime qué verías"

Dejó salir un suspiro de frustración y metió la cinta al reproductor. Tomé el control remoto y puse la TV en silencio. El ángulo de la toma iba desde mi espalda hacia Marguerite, una toma amplia de todo el salón. Todo mi equipo observó atento los veintitantos minutos que duraba la cinta y al acabar ésta se quedaron mirando las caras. El primero en hablar fue Santos.

"Bueno, pareciese cómo si ‘alguien’ le hubiese dicho algo a una chica, algo que ella no quería escuchar."

"Lo sé, ¿no es genial?" Dije, hinchado de satisfacción. Cozetti y Daniel me miraron sin estar muy seguros de qué demonios estaba hablando. "Jack, necesito que alteres el audio y que sólo se puedan escuchar ciertas palabras, algo dentro de estas líneas." Le entregué un papel con los diálogos que necesitaba. Jack me miró con poca convicción y puso manos a la obra. "Santos, Cozetti, ustedes están encargados de reemplazar la cinta original por la que Jack está arreglando ¿entendido?"

Y sin más órdenes que dar, sin siquiera esperar una palabra de confirmación, salí a tomar un poco de aire fresco al balcón. Estábamos alojados en un hotel en el centro de la ciudad, con piezas contiguas y cercanas a una salida de emergencia, un lugar perfecto para llevar un centro de logística y operaciones. Entonces, desde dentro escuché la voz del Español que me interrogaba sobre lo que yo iba a hacer.

"Voy a planear el asesinato de una flor", le respondí, mientras sacaba un cigarro y lo prendía con aire pensativo.

Continuará...

lunes, junio 11, 2007

El asesinato de una flor

Hace poco hablaba de la posibilidad de que M.Bâtard fuese quien me está buscando, quien trata de sacarme a la luz, sin embargo, a simple vista, parece un tanto ilógico que la única razón por la cual M.Bâtard, cuyo verdadero nombre revelaré más adelante, me persigue es que robé un par de documentos y me acosté con su esposa. Verán, la razón por la cual esto suena tremendamente ilógico, exagerado y extravagante, es porque hay otra razón, hay otro motivo, de un peso radicalmente mayor, para que M.Bâtard esté tras mis pasos.

Por allá por el 2004, estaba yo desempleado y muy corto de dinero, por lo cual acepté un trabajo más bien sucio, o al menos más sucio de lo habitual. Mi trabajo no era complejo, ni quitaba mucho tiempo, sin embargo estaba en aquella zona gris donde había de preguntarme más de una vez si realmente quería hacer aquello. Sí, lo recuerdo bien, ya llevaba un largo tiempo con Lenoir, o al menos largo en mis términos, cuando todo este lío tuvo lugar. A él, Lenoir, le conocí a través de Durevko, Viktor Durevko, que en su momento orquestó la salida de Sasha, y la mía, de la FSB.

Lenoir fue el puente entre el señor Michel Dupuis y yo. Él es un tipo rudo con barba de chivo que disfruta de su trabajo, que disfruta de estar fuera del alcance de la ley, de las noches de asedio, de las intrigas, así como también disfruta el café con esencia de almendras y de negocios bien pagados, "nada de limosnas", cómo dice él.

Monsieur Dupuis quería un trabajo limpio, sin rastros, sin nombres, sin caras, sin recuerdos, sin huellas y, de haberlas, ninguna de ellas podía llevar a la policía hasta él, así como tampoco llevaría a la luz pública su vida privada. Fue muy claro al respecto, de haber rastros, de haber migajas de pan que guiaran a la prensa o a la policía hasta él se encargaría de que ninguno de los involucrados volviese a ver la luz del día, de haber rastros de su participación en esto, él se aseguraría personalmente, aunque fuera desde la incomodidad de la cárcel, que ninguno de nosotros tuviera tiempo de disfrutar la paga, dejar el país o volver a respirar. Como Pilato, él quería lavarse las manos y mirar hacia otro lado, sin culpas, sin remordimientos, pero por sobre todas las cosas, sin consecuencias. Su verdadera participación en todo el asunto sería proveerme de un objetivo y de dinero, nada más. Quería que asesinara a un miembro de su familia, a su esposa y ofrecía una gran suma de dinero por ello, nada de limosnas.

"Te pago por tus servicios y por tu silencio y es a tu silencio al que le estoy dando el sobresueldo ¿me entiendes?"

Hasta el día de hoy le echo gran parte de la culpa a Lenoir, fue él quien, por estar en su etapa nostálgica y de ganas para nada (un tipo sensible él), decidió tirarme el teléfono y decir: "Chico, es ahora o nunca, ya es hora de que te conviertas en un hombre… o que al menos ganes un poco de dinero de verdad", al menos esa es su versión, la mía es que estaba hasta la coronilla de tantos trabajos hormiga y mal pagados, su reputación daba para más y, aprovechando que yo estaba ahí, viviendo como una dulce sanguijuela en su mansión, decidió dejar que hiciera un poco de dinero para que saliera pronto de su vida. En todo caso, independiente de cómo fue exactamente que sucedió, el punto es que sucedió y a los pocos días concerté una cita con Dupuis en el aeropuerto de Zurich, Suiza.

Mientras preparaba mis rutas de escape, por si algo salía mal; no podía dejar de pensar en que su nombre lo conocía de otro lado, no obstante no fue hasta que acepté la comisión, el dinero y finalmente el trabajo, que no comprendí la complejidad y profundidad del asunto. No fue hasta que vi una foto de mi objetivo que supe quién era, que supe de quién se trataba.

"Debe parecer un accidente y no debe quedar cuerpo, eso es importante, ya que sospecho que esté embarazada de otra persona y eso sólo agravaría las sospechas de la policía una vez que el acto sea consumado, sería motivo suficiente para que me investigaran y quiero remover la menor cantidad de polvo posible"

La reconocí inmediatamente, era una foto reciente, profesional, de estudio. Salía con un sombrero negro inclinado hacia la derecha y muy poco maquillaje, ella sonreía en la fotografía, pero lo único que yo veía era tristeza. Era Marguerite. Y Michel Dupuis era su esposo, M.Bâtard.

"¿Por qué quiere matarla?" Pregunté escondiendo exitosamente mi impresión.

"Qué? ¿Acaso importa?"

"Señor, en esta línea de trabajo hasta el más mínimo detalle importa" M.Bâtard, Michel Dupuis, me sonrió.

"Por el dinero, muchacho, por el seguro de vida, por el fideicomiso... ¿Por qué más va a ser?"

Y así fue como comencé a planear el asesinato de Marguerite. Le entregué a mi cliente un celular con línea segura y codificada, por medio del cual nos comunicaríamos cuando hiciese falta y, en última instancia, cuando el trabajo estuviese terminado, dándole así tiempo al señor Dupuis de mostrarse en público y consolidar su coartada.

Al día siguiente tomé el primer vuelo a París y armé mi equipo. Tenía a Massimo Cozetti en logística, ex miembro de la legión extranjera y a Jack Daniel, un estadounidense genio de las computadoras como mi experto en informática y electrónicos, ellos dos me presentaron al Español, Gabriel Santos, mi encargado de investigación; cualquier detalle que necesitáramos sobre los objetivos y sus allegados, sería el Español quien los proporcionaría.

Marguerite vivía en París, había dejado atrás Toulouse a principios del 2002 para seguir a su esposo en su ascendente carrera como ejecutivo de una empresa química, al parecer la pérdida de los documentos en el 2000 no le había hecho ni mella a M.Dupuis. Vivían en un edificio central de diez pisos, con una preciosa vista del río Sena. Cuya arquitectura me recordaba un poco al que había conocido yo antes, en Toulouse, pero eso era historia vieja.

El Español la estuvo siguiendo por al menos una semana y al final de ésta llegó a mi con un informe detallado y algunas fotografías.

"Se levanta todos los días a las 8 AM, va al gimnasio los lunes, miércoles y viernes, por las mañanas. Los martes se junta con sus amigas a almorzar y los jueves va a un hogar de niños como voluntaria, se la pasa todo el día allí, planea empezar el próximo semestre como profesora de artes plásticas. Los lunes por la tarde va a un centro de rehabilitación y les enseña a las niñas a hacer manualidades, el resto de la semana se lo divide entre sus familiares y organizarle la vida a su esposo, este viernes dará una fiesta en honor a su esposo por su nueva promoción…" me puso un alto de fotografías en frente "… acá están las fotos de lo que guarda en su velador, de los libros que tiene en su casa, el contenido de la guantera, el auto que maneja y acá está entrando al gimnasio, las horas están anotadas debajo, sí esas, con lápiz negro... y finalmente, acá está cenando con su madre, este de acá es su hermano menor, tiene 20 años"

"Y esta ¿qué es?"

"Ah, no, esa es personal, es que me gustó como la luz se ponía tras las ramas y..." Me habían advertido de estas pequeñas excentricidades del Español. Era un buen tipo, supongo que todavía lo es, trabajaba duro y trabajaba bien, era sensible, un poco melancólico tal vez. Siempre metido en algún proyecto creativo; si no estaba siguiendo a alguno de los objetivos, entonces estaba tratando de terminar su novela. Él decía que para ser alguien en la vida, para ser feliz, se debía plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro, aparentemente había cumplido ya dos de tres.

"¿Algo más?"

"Sí, en la cena con su familia hablaron sobre la situación insostenible de su matrimonio, su madre le ofreció dinero y ella lo aceptó, Marguerite reclama que su esposo ya no le da más que lo justo. Ha estado empeñando sus joyas para pagar a un detective privado y tener suficiente evidencia como para demandar a Michel y pedirle el divorcio, pero eso no se lo ha dicho a nadie, aún".

"¿Qué detective es? ¿Cómo se llama?"

"Ex policía. Jubilado. No es peligroso."

"Muy bien, ¿qué tienes sobre Michel?"

"Lo típico, o al menos lo esperable, se levanta a las 7:30 AM, va a trabajar, entra a las 9 AM de martes a viernes, los lunes llega a las 12 PM, pues pasa por el gimnasio primero. Mantiene dos cuentas separadas, una para él y su esposa y otra para sus amantes y gastos extra, la segunda cuenta no está realmente a su nombre, es un pseudónimo, el banco está en Canadá y es de ésta misma desde donde te transfirió el dinero a tu cuenta en las islas".

"Nunca te dije que tenía una cuenta en las islas".

"Emm, no, pero al investigar los movimientos de Dupuis, fue inevitable...".

"Sigue". Dije frotándome la sien izquierda, pensando en los malabares que iba a tener que hacer para mover ese dinero a una cuenta que Santos no pudiese encontrar.

"Dupuis sale del trabajo a las 5:30 PM, pero le miente a su esposa y dice que sale más tarde. Se va de copas dos o tres veces por mes con los amigos, este miércoles recién pasado salió y tomaron..." abrió una pequeña libreta que tenía en la mano "... vodka y ron", cerró la libreta, "tomó un taxi para llegar a casa, el auto lo dejó a cargo del dueño del local, un conocido de la infancia, no hay verdadera amistad entre ellos, pero sí mucha condescendencia y envidia por parte del dueño. Cuando se fue, aproveché de sacarle fotos al auto, a lo que había en la guantera y en la cajuela. Acá están...", abrió una segunda carpeta y me mostró su contenido. Michel Dupuis manejaba un Audi, ¿podía ser acaso más predecible? difícil.

"Muy bien Santos. Buen trabajo, ahora necesito que investigues al detective y si M.Dupuis tiene alguna amante, necesito que busques antecedentes de ella también, además, averigua a qué casa de empeño está llevando sus joyas Marguerite y cuánto le está pagando a este tipo ¿entendido?"

"Sí, me voy de inmediato". Antes de que se bajara de la camioneta de vigilancia, lo agarré del hombro suavemente.

"Y otra cosa más, mantente fuera de mis asuntos, mis cuentas son mi problema, no el tuyo"

"Sí, señor" sonrió y bajó del auto. Massimo y Jack, compartieron una mirada cómplice de risa y volvieron a lo suyo. Yo, en cambio, ajusté el volumen de los audífonos y me puse a grabar la conversación que estaba teniendo en ese preciso instante Marguerite con su hermano menor.

"Mamá dice que puedes volver a casa cuando quieras, ella está muy preocupada por ti"

"¿Y qué dices tú?"

"¿Yo? Yo digo que no dejes que ese bastardo gane, dale la pelea... pero cuídate, no quiero que nada malo te pase"

"¡Por Dios Cedric!, siempre tan fatalista. Y dime ¿cómo está la escuela?"

"Bien"

"¿Seguro?"

"Sí… ¿Marguerite?"

"Sí…"

"Mamá pregunta si vas a ir al matrimonio de Marie"

"Dile que sí, pero no sé si va a ir Michel"


Se escucha un leve susurro de parte de Cedric que probablemente está transmitiéndole el mensaje a su madre.

"Bueno Marguerite, nos vemos, mamá dice que si él no va, que nos avises y te pasamos a buscar. Ahora me tengo que ir. Besos".

"Está bien, yo también tengo que salir. Au revoir Cedric, muchos cariños a mamá y para ti también".


Cuelgo los audífonos y paro la grabación.

"Voy a seguir al blanco. Jack, quiero que entres a las cuentas de los Dupuis y hagas un listado de los lugares donde usan tarjetas de crédito y los movimientos en general, ya sabes, la investigación estándar, le vamos a sacar cuanto dinero podamos a este bastardo. Mientras, Massimo, tú quedas a cargo de interceptar las llamadas del señor Dupuis, cualquier cosa ya saben cómo contactarme".

Me bajé de la camioneta y atravesé la calle en dirección al edificio de Marguerite, aún inseguro de lo que iba a hacer, con vagas imágenes de aquella navidad en la cabeza, tratando de decidir si podía llevar esto a cabo o si valía más la pena mandar todo a la mierda. Pocos minutos después apareció ella y partió hacia su derecha, la seguí. Se perdió por una esquina y acto seguido tomó la locomoción pública hacia el centro, tuve que correr para poder alcanzar el mismo bus, un poco cansado por la carrera imprevista me senté de espaldas a ella para evitar que me reconociera, la verdad es que no sabía si se iba a acordar de mí, sin mencionar que tenía la mente en blanco como para inventar de la nada mi historia de los últimos cuatro años, o cómo lo hice para desaparecer. Los autos se veían chiquitos a nuestro lado y el bus se llenaba de gente. El sol se colaba por entre las ramas de los árboles y dos señoras de edad hablaban calmadamente a mi lado. Una le contaba a la otra sobre su nieto de cinco años y las trastadas que hacía, la otra se reía y lo comparaba con las maldades de niño que hacía ella a su edad, también le contaba sobre su propia nieta de cuatro y su sueño de convertirse en princesa. Ambas señoras se reían.

Observaba a Marguerite por los reflejos de los vidrios y noté que jugaba constantemente con su sortija de matrimonio, la empujaba con el pulgar y le daba vueltas, la observó por un rato, le volvió a dar otra vuelta y finalmente se la quitó y la guardó en un pañuelo dentro de la cartera. Inmediatamente saqué mi celular y llamé a Santos.

"Santos ¿dónde estás?"

"En la casa de empeño, encontré un revólver de lo más interesante y está baratísimo… no te imaginas la cantidad de cosas interesantes que hay por aquí".

"Santos ¿averiguaste las joyas que vendió?"

"Sí".

"¿Hay alguna gargantilla o pulsera de oro entre ellas?". Había recordado de pronto su existencia.

"Sí, de hecho, hay una pulsera y un collar que hacen juego"

"Necesito que los compres… después te explico. Una vez que los tengas encuéntrame a dos cuadras del lugar"

"Bueno, mi amor... usted sabe que esto de estar casado...", le dijo al dependiente, "nos vemos más rato y te llevo un regalito". Mantener bajo perfil es siempre muy importante en estas cosas.

"Santos, otra cosa, apúrate porque vamos en camino, ¿entiendes? vamos en camino".

"Sí, mi amor, entendí"

Quince minutos más tarde nos bajamos cerca del barrio latino. Tenía frío aún cuando había sol. Estábamos a finales de primavera, por lo cual mi frío era paradójico, eso lo recuerdo bien, era un frío especial, de esos que nos vienen antes de hacer cosas que sabemos nos marcarán de por vida, para bien o para mal.

La seguí por calles estrechas a escasos metros de distancia, la seguía con las manos embutidas dentro de la casaca y cuando me daba cuenta de que me estaba acercando mucho, me paraba en alguna vitrina o a mirar las cornisas de los edificios, como cualquier otro turista lo hubiese hecho. Por fin Marguerite entró en una tienda y yo inmediatamente saqué mi celular para llamar al Español.

"Santos, ¿dónde…?"

"A las 6", eso fue lo único que obtuve como respuesta antes de siquiera formular la pregunta. Giré sobre mis talones dando media vuelta. Apoyado en un muro me esperaba el Español, unos cuantos metros más atrás. Caminé presuroso hasta él y le pedí la mercancía.

"Cambio de planes Gabriel, necesito que averigües sobre el jefe de policía y los turnos de la delegación de homicidios, además quiero que me consigas toda la información que puedas en los familiares de Marguerite y sobre cualquier infracción o acto sospechoso que haya cometido Dupuis en su vida, si cuando tenía 6 decidió quitarle un dulce a un compañero de clases, debo saberlo, necesito un perfil psicológico de él, el detective privado y el jefe de policía lo antes posible".

"Tú eres el jefe", se limitó a decir. Me entregó dentro de una pequeña bolsa de papel la gargantilla y la pulsera, ambas bien puestas dentro de cajitas para regalo. Tomé el antiguo puesto de Santos y me apoyé en el muro a esperar, saqué un cigarro y lo prendí. A medida que regularizaba mi respiración, el frío comenzaba a ceder y en su lugar se instalaba una agradable y cálida sensación de grandeza.

Medio cigarro más tarde salió Marguerite de la tienda. Estaba cabizbaja. Sacó la sortija de la cartera y la volvió a poner en su dedo anular izquierdo, miró hacia el cielo, como buscando el sol y tomó aire, respiró hondo y mantuvo la respiración unos segundos, luego partió de vuelta la parada de buses, caminaba hacia mí, pero ella no lo sabía.

Mientras pasaba por mi lado no le quité la mirada de encima, incluso me volteé notoriamente para seguirle, con los ojos fijos en su cabellera. Unos pasos más adelante se detuvo y miró hacia atrás, consternada. Tiré lo que quedaba de mi odioso hábito y le sonreí.

"¿Te acuerdas de mí?", le dije.

"¿Liam?"

"Te acuerdas de mí".

Continuará...

sábado, junio 02, 2007

Atando cabos sueltos

Mi estilo de vida es caótico, desde que descendí a este mundo del espionaje y el contra espionaje, mi vida ha sido así y, con cierto pesar, presiento que siempre será, simplemente caótica. O quizás desde antes, quizás esta inseguridad con la que me encuentro día a día viene de antes, de cuando pasaba una semana en un orfanato, un mes en otro y luego de vuelta a las calles, hasta que me pillaban y me obligaban a regresar, quizás desde mi "tierna" infancia he llevado una vida caótica entre mis manos, como un jarrón frágil a punto de resbalar y quebrarse en mil pedazos. Quizás, pues la verdad es que no lo sé. Es por esto que mi vida está llena de cabos sueltos, de historias sin terminar, de cuentos que nunca han tenido la oportunidad de acabar, ni bien ni mal, simplemente no ha habido un narrador omnisciente que diga "se acabó, el fin", no hay pantalla final que pinte con grandes letras blancas sobre el fondo negro "The End".

Y de esta manera también escribo, dejando cabos sueltos por todos lados, no bien terminando una historia para empezar otra, enredándome en vidas ajenas para continuar la propia. Así que hoy, en este escrito, trataré de esclarecer algunos misterios o, al menos, trataré de explicar lo que ha sido de mí en los últimos tres meses.

Partamos por el cabo más suelto de todos. Se preguntarán qué fue de la carta en blanco, si es que se acuerdan de ella, por poco y yo me olvido de ella, de no haber sido por lo que sobrevino un mes después y me obligó a cambiar de residencia... pero me estoy adelantando en la historia, partiré justo donde quedé antes: luego de enterrar el sobre y su contenido.

Inicié una serie de acciones para pedir ayuda a Sasha, la primera fue publicar en la sección de los clasificados del New York Times un pequeño anuncio que decía así: «Se necesita panadero con experiencia en St.Louis. Fono: 555-891.411.4818». Mi respuesta llegó en otro aviso clasificado: «Banda de rock busca baterista para hacer covers de The Clash. Audiciones al 555-814.518.7598» y así seguimos por poco más de una semana, siguiéndonos el rastro en distintos diarios, hasta finalmente concretar una cita en Internet, en donde él quedó de hacerme saber el día y la hora de su llegada, en un diario local.

«"El cuervo encorvado" necesita garzón con experiencia, debe ser mayor de 25. Fono 2203757». Había una taberna a la que solíamos ir en Moscú que tenía ese nombre "El cuervo encorvado". Sasha llegaría el 25 en el vuelo 235.

Partí entonces aquel 25 de febrero hacia Santiago a recoger a Sasha, llevaba casi tres años sin verle y prácticamente sin saber de él, revisaba todos los días nuestros diarios de preferencia en donde nos dejábamos mensajes y de vez en cuando me cruzaba con "accidentes" que gritaban SPETSNAZ. A veces me preguntaba qué sería de él, que sería de Botvin, de Nadia, de Marguerite, pero rápidamente esas divagaciones eran reemplazadas con la profunda concentración. Concentración en lo que fuese que estuviese haciendo en aquél momento, pues verán, para sobrevivir siendo quien soy yo, hay que estar alerta siempre, sin excusas, sin recuerdos, sin apegarse a nada ni a nadie. Y así, en profundo estado de concentración revisé mi casa varias veces en busca de equipo de vigilancia, para luego dejarla cerrada y asegurada. Agarré el jeep y me fui a Santiago.

Me estacioné en la penumbra de la madrugada, esperando a las siete de la mañana, bajé la ventanilla del auto que había rentado y prendí un cigarro, dejé que el humo me llenara los pulmones mientras hacía correr por mi cabeza mis recuerdos, como si de una proyección se tratara, en orden cronológico todos aquellos instantes que han marcado qué y quién soy hoy. Sin tener mucha conciencia de ello, el cigarro se consumió a sí mismo y al poco rato mi alarma sonó. Eran cinco para las siete. Di vuelta la llave hasta la posición de "apagado" y me bajé, le eché llave al cerrojo y partí hacia la entrada principal del aeropuerto. Un cartel inmenso casi en la entrada anunciaba las salidas y las llegadas. El vuelo 235 desde Copenhagen, Dinamarca, venía a la hora. Me ajusté el bolso que llevaba al hombro y chequeé que la visera del gorro me cubriera bien la cara, no era mi intención dejar mi perfil registrado en las cámaras de seguridad. Con toda seguridad sabía que no me buscan en ninguna parte del mundo, al menos no las agencias internacionales oficiales, pero los asesinos a sueldo, esa es otra historia.

**

"Privet"

Nos abrazamos y le ayudé a cargar las maletas. Su rostro había cambiado un poco, se le veía un poco más maduro, más viejo tal vez. El rubio de sus cabellos estaba escondido bajo un tinte castaño, un bigote adornaba su cara de una manera muy peculiar, por decir lo menos. Me sonreí un poco, casi haciendo una mueca y traté de seguir la conversación en un tono perfectamente natural.

"¿Cómo estuvo tu vuelo?"

"Mmm, largo, como siempre... ¿te estás riendo de mi?"

"No" Miré hacia otro lado y por ello me llevé un suave golpe en la nuca.

"Gde zdes tualet?"

"En español por favor, o al menos en inglés, te recuerdo que estamos de encubierto"

"¿Y bien?"

"Lógico que hay baño en algún lado, pero lo que yo quiero es salir de acá lo antes posible, después pasamos a alguna bencinera"

"Si tú lo dices..."

Nos subimos al auto, pagué el estacionamiento y partimos rumbo al centro de Santiago.

"¿No me vas a preguntar por ella?" Lo miré de reojo mientras ponía los intermitentes.

"No, pero ya que la mencionas..." Se sonrió.

"La vi hace un par de meses, en Suiza, está bien, Lenoir está cuidando de ella"

"¿Lenoir? Pensé que Lenoir estaba retirado"

"Lo está, pero por la cantidad de dinero que estás pagando para que la protejan..."

"Ajá... lo lamento, es que a veces se me olvida que el dinero mueve al mundo"

Pasamos al menos un minuto completo en silencio.

"¿Sergei?... pretendes parar en alguna bencinera ¿verdad? porque necesito ir al baño"

***

Ya en el centro de Santiago nos hospedamos en un hotel por unos cuantos días, pues Sasha no sólo venía a Chile por mí, también venía a investigar a una familia que venía en el mismo vuelo que él y, como era de suponerse, nos hospedábamos en el mismo hotel. Cosas del oficio.

"Entonces me dices que te llegó un sobre, por medio de tu vecino, una carta que estaba en blanco, que decía nada y además estaba limpia, sin rastreadores, venenos, nada. ¿Es eso?"

"En pocas palabras; sí"

"Y ¿quién crees que pudo haber sido?, porque esto fue claramente una señal, alguien te está enviando el mensaje de que sabe donde vives, sabe quien eres y cómo llegar hasta ti, la pregunta de fondo es para qué"

"Eso no lo sé y ahí es donde entras tú. Allá donde vivo, en Calama, todos creen que he ido a Argentina por una asunto de negocios, creen que soy un ingeniero trabajando para CODELCO"

"Y se puede saber para quien estás trabajando en realidad... porque tú ¿de ingeniero? no... ingeniero del desastre puede ser, pero ciertamente no de CODELCO"

"No lo sé con exactitud, me pagan por entregar informes regulares sobre el movimiento de los camiones, del paso de algunos aviones, ya sabes lo de rutina cuando se está planeando un robo a gran escala, me contrataron a través de un español"

Sasha me miró un poco extrañado y cerró la boca, al poco rato me hizo una seña que significaba que se tenía que ir y me dejó solo con mis pensamientos en la barra.

A los pocos días, menos de una semana, nos fuimos a Calama y allí Sasha llenó mi casa de micrófonos y otros artilugios de vigilancia, lo que no sabíamos era que esa misma noche llegaríamos al mismo fondo de la cuestión. O lo que en ese momento creímos era el fondo de la cuestión.

****

De madrugada, pasada las cuatro, Sasha y yo conversábamos en el living, el vodka y los cigarrillos fluían generosamente por nuestros torrentes sanguíneos.

"No termino de entender por qué me llamaste, no era necesario, estás en un pueblo pequeño, la gente es muy confiada, te creen un ingeniero… en verdad te creen y además, pudiste haber hecho esto solo, yo soy más una carga y una falla en tu cubierta, que una ayuda"

"Lo sé, sin embargo había algo que me decía que esto es algo más, no te lo puedo explicar, no es una idea racional concebida y nacida de la racionalidad, es... es..."

"¿Una corazonada?"

"Exacto. Un presentimiento, algo me dice que algo grande va a suceder"

Y sucedió.

Al poco rato, mientras nos preparábamos para ir a dormir, uno de los sensores detectó movimiento en el patio trasero, Sasha desenfundó su Glock 19 y apuntó hacia la puerta de la cocina. Mientras, yo observaba de reojo los monitores y empuñaba mi Browning BDM. Estaba nervioso, no muy seguro si el alcohol me iba a acompañar o a traicionar. Un haz de luz rojo me pasó rozando la nariz al tiempo que Sasha negaba con la cabeza; los monitores estaban muertos y nosotros estábamos atrincherados, por no decir atrapados, en mi propia casa.

Aquella casa no es muy grande, es perfecta para un hombre que vive solo, o al menos así lo dijo la corredora de propiedades que me vendió el sueño americano cuando recién llegué a Chile. Entre la entrada de la cocina y la entrada principal hay espacio suficiente para un reducido juego de sillones, una mesita de centro y el comedor, que en mi caso consta de tres sillas y una mesa redonda llena de papeles y cajas de jugo vacías. Desde la entrada de la cocina se puede mantener un ojo en la entrada principal y el otro en la puerta que da al patio trasero. La cocina, como ya habrán adivinado, también es pequeña, pero acogedora, permite que tres personas se muevan dentro, apenas y tocándose los hombros, ahora, agregar un poco de agua hirviendo a la ecuación no sería lo más inteligente, pero con cuidado se puede hacer (y se ha hecho, cuando recién llegué a Calama, la vecina y su hijo vinieron a cocinar para mí, mientras yo miraba apoyado desde el refrigerador).

Las pocas luces que permanecían encendidas, habían comenzado a bajar su intensidad hasta apagarse y se notaba que había gente fuera.

"Van a entrar" Susurré.

"Veo a tres ¿tú?"

"Tres también"

La puerta principal hizo un nefasto "click" y cedió, en la cocina sucedía algo similar. Sasha, que tenía mejor visión, me hizo un signo para que me fijara en sus cabezas, traían puestos visores infrarrojos y no eran tres, eran cuatro. Acto seguido, nos agazapamos en el pasillo. Miles de cosas se me pasaron por la mente, visualicé un mapa de la casa y sus alrededores y traté de evaluar la mejor defensa. El vodka definitivamente me estaba traicionando, en eso, una idea. Le toqué el hombro a Sasha dos veces y partí a mi pieza. Que queda perpendicular a la línea imaginaria entre la cocina y la entrada principal. Volví con un desodorante en aerosol, una botella de vodka y un par de pañuelos. Sasha, apenas vio lo que traía entre manos, supo lo que iba a suceder.

Abrí la botella, empapé los pañuelos con el alcohol y los metí dentro, Sasha sacó su encendedor del bolsillo y contó hasta tres.

"Odin, dva, tri..."

Inmediatamente después Sasha dejó que el gas comenzase a escapar de la lata y prendió el encendedor. Mentalmente me despedí de mis paños de cocina y de lo que había sobrado de la cena.

Los intrusos gritaron de dolor, en primer lugar por la luz intensa que percibieron sus ojos, y en segundo, por el calor intenso que recibieron sus mejillas. Tiré mi bomba molotov improvisada, en contra de los intrusos que venían del living hacia nosotros, alertados por los gritos de los de la cocina.

"¡Aleksndr!" Grité.

Sasha dio un giro en 180° y dirigió la llamarada hacia el segundo grupo de mequetrefes, éstos, al verse cubiertos de una extraña sustancia, rápidamente intuyeron su destino y dieron un salto general hacia atrás, resultando así que Sasha sólo los dejó ciegos momentáneamente, al tiempo que yo retomaba el control en la cocina.

Los tipos iban bien vestidos, entiéndase por favor en el sentido militar, buenas botas, uniformes decentes, de negro, por supuesto, y bien armados, con intercomunicadores por debajo de sus no tan originales gorros negros.

Al tiempo que yo apuntaba a uno a la cabeza y su compañero me apuntaba a su vez a mí, otro de ellos, que terminaba apenas de frotarse los ojos, emprendió la retirada y con él, el resto, el tipo que me apuntaba a la cabeza retrocedió lentamente hasta desaparecer por la puerta. Respiré profundo al tiempo que el piso me parecía menos consistente de lo normal.

"¡Qué demonios!"

"¡Y me preguntas a mí! Tú me llamaste porque necesitabas ayuda, tú explícame lo que está sucediendo"

Le di una mirada que era mezcla de enojo y soberbia mientras seguía apagando con mi chaqueta los objetos que a paso lento se incendiaban en la cocina, Sasha hacía lo suyo con las cosas que se incendiaban en el living. Esta escena de silencio se extendió por no más de cinco minutos

Ya un poco más tranquilos, nos sentamos a pasar revista de nuestros haberes y prepararnos para la huida.

Los encapuchados habían llegado en un vehículo civil, algo así como un bus escolar, y en el mismo se habían marchado. Por lo tanto, sin más, nos quedamos Sasha, la soledad y yo.

A eso de las seis de la madrugada nosotros también nos íbamos, dejando atrás todo aquello que fuera innecesario. Todo rastro que pudiese indicar mi doble identidad fue borrado. Los archivos, las copias de mis informes, las agendas de contactos, las cuentas, todo iba en mi laptop, la misma con la que escribo ahora estas líneas. Y el resto, la ropa, los trastos de la cocina, las miniaturas de la feria artesanal, aquello que no comprometía mi identidad; lo dejamos atrás. Hicimos de la casa un verdadero desastre, un desastre que intentaba (y logró) aparentar un robo.

Sasha se llevó las cosas más importantes a un motel, para luego instalarse en La Serena. Yo, en cambio me quedé en la zona y por la tarde regresé a la casa, en donde ya estaba la policía registrando el lugar, mientras mi vecina miraba desde la calle y Jorge, su hijo trataba de calmarla.

"Ya mamá, si vamos a contratar la alarma hoy día mismo"

Me mostré afectado, desconforme con la situación y alegué que me iba a dormir a un motel mientras la policía procesaba la escena. Amenacé con que entregaría las llaves al día siguiente y así lo hice, después de todo, no era exactamente mi casa, si no más bien, era yo quien la arrendaba.

Estuve viviendo en la zona una semana más y después de cerrar ese capítulo de mi vida como ingeniero, me vine a Santiago, a un departamento que Sasha había preparado para mí. Durante todo este tiempo él se ha estado juntando con informantes y otros expatriados en busca de alguna pista que nos lleve a la mente maestra de tal operación. Nuestras conjeturas son vagas, pero estamos seguros, de que sea lo que sea, esto no es un intento de robar información, esto es algo personal y, lamentablemente, la lista de personas que pueden estar involucradas es larga. A través de Lenoir, un camarada francés, he conseguido pasaportes falsos y un manojo de nuevas identidades con las que pretendo mantenerme a flote mientras se aclara esta cuestión.

Por el momento, nuestra teoría más fuerte (dentro lo poco que tenemos para trabajar) es que Monsieur Bâtard por fin me ha encontrado. Al principio creíamos que la persona que me había contratado, el español, me estaba traicionando y me había vendido al enemigo, pero conforme la información sigue apareciendo esto va tomando cada vez más la forma de una vendetta… y dios sabe que M.Bâtard es un tipo vengativo.

Hasta aquí todo bien, cambio y fuera.

domingo, mayo 06, 2007

De vuelta a las intrigas, tercera parte

De pie frente a una bóveda de imponentes dimensiones que con chirridos se abría y me daba libre acceso a uno de los secretos mejor guardados en la historia de Rusia. El efecto de la anestesia local se estaba disipando y un dolor penetrante me palpitaba en la espalda, trataba de no pensar en ello aún cuando en la práctica era imposible.

La puerta era sumamente pesada; haciendo caso omiso de mis incapacidades la abrí completamente y me encontré "a boca de jarro" con una enorme habitación suntuosamente adornada. En el centro había una mesa de caoba para unas 20 personas en donde destacaba una silla tapizada en cuero en la cabecera, al final habían dos puertas y entre ellas un cuadro renacentista que precedía, omnipotente, la habitación. Di un paso al frente y temí que la puerta se cerrara, sacudí la cabeza levemente para sacar ideas tan pesimistas de mi cabeza y di otro paso.

Cuando estuve a la altura de la pintura la moví, casi sin convicción porque entonces habría sido muy fácil haber encontrado allí la caja fuerte que contenía la lista de los miembros, sin embargo, a veces, sólo a veces, las cosas son así de fáciles.

Y otras veces no.

Corrí la pintura y detrás de ella había una caja fuerte, entonces, la puerta de la derecha se abrió. Me quedé inmóvil, casi sin respirar, ni siquiera atiné a devolver el cuadro a su lugar. Nos miramos a los ojos por una fracción de segundo que se estiró por minutos, entonces él botó la bandeja que llevaba en las manos y corrió hacia adentro, solté el cuadro y me zambullí por la puerta misteriosa, tres pasos más adelante, lo agarré por el cuello de la camisa y lo jalé hacia atrás, le cubrí la boca y le hice el signo mundial de "silencio".

"Te callas o te mato" lo azoté contra la pared más cercana "te voy a soltar. Cualquier sonido o movimiento y te juro que te mato". Asintió con la cabeza claramente perturbado.

Lentamente, sin saber cual sería mi próximo movimiento, retiré mi mano de su boca y lo miré a los ojos. Ahora que lo escribo, pienso que yo tenía más miedo que él de morir, pero supongo que eso nunca lo sabré a ciencia cierta.

"¿Trabajas acá?" asintió nuevamente "¿eres el mayordomo?"

"Sí" Su voz salió apenas como un susurro

"¿Te dije que podías hablar?" Lo amenacé con mi puño "¿Sabes qué es el Consejo de la Rosa?... OK, ¿y sabes quienes son sus integrantes?... así me gusta, un mayordomo bien informado. ¿Tienes lápiz y papel?" Sacó un pequeño bloc de notas del bolsillo trasero y produjo un lápiz de la nada. "¿Cómo te llamas?".

"Vla... Vladimir, Vladimir Vassiliev"

"Muy bien Vladimir, esto es lo que vamos a hacer, vas a anotar con tu letra más clara todos los integrantes del Consejo de la Rosa... aquí, en este papel, ¿entendido?"

"Pero..."

"Pero ¿qué? ¿no me digas qué temes morir?... Vladimir, entiende una cosa, si tú no haces lo que te pido morirás porque yo te voy a matar, en cambio, si haces lo que te digo, al menos tendrás un par de horas para escapar de tus jefes, ¿me sigues? tendrás una ventana de escape, pero contra mi no tienes oportunidad, entonces ¿qué será? ¿morir ahora o intentar vivir?" Vladimir tiritaba ante la idea de su muerte prematura, tiritaba entre mis dedos ante la imagen sangrienta de su cuerpo inmóvil, sollozaba de sólo imaginarse su funeral en una fría mañana de otoño a sabiendas de que su familia jamás se enteraría de qué murió, ni mucho menos a manos de quién murió, y así, entre espasmos y semi-sollozos, tomó el lápiz con su mano izquierda y garabateó en el papel nueve nombres con sus respectivos apellidos, levantó la vista y sin pronunciar palabra, me dijo "piedad". Sus ojos me lo dijeron y mi cuerpo entero respondía.

Tomé el papel y lo guardé al fondo de mi bolsillo, a él lo agarre por la nuca y, maldiciéndome por dentro, le ofrecí una salida, que él, sin pensarlo dos veces, tomó.

"¿Hay alguna puerta trasera?"

"Sí", me respondió, un poco menos nervioso, mientras se perdía entre laberintos oscuros y húmedos que poco a poco nos llevaban de vuelta a la superficie. Al llegar a una escotilla que daba a la calle sentí pena por él, por la manera en que, en pocos segundos, le había arruinado la vida.

"Escucha, y escúchame bien, ve a la cantina "El sombrero Rojo" -¿la conoces?-, bien, ve allí y pregunta por Viktor Durevko, dile que eres un 'caminante', él va a entender lo que significa, él te ayudará a salir del país de ser necesario..." levanté parte de la escotilla para salir, "...y otra cosa, no me sigas, no me busques, ni siquiera intentes delatarme, pues te voy a buscar hasta encontrarte y te haré sufrir como no te imaginas. Hay cosas peores que la muerte y no me molesta hacerlas ¿entendiste?, más te vale que no me hayas engañado" Me hizo un rápido gesto de "no" y, francamente, no creí que lo hubiese hecho.

Cerré la escotilla tras de mi y lo último que recuerdo es el brillo temeroso de sus ojos. Corrí calle abajo mientras memorizaba la lista de miembros, cuando la hube repasado por tercera vez la hice añicos y la tiré en detrás de unas cajas, estaba a punto de jugar mi última carta.

Con los planos en mano me presenté ante mis captores (y los de Sasha). El dolor era apenas aguantable, sudaba a mares y trataba por todos los medios de no pensar en nada más que en mi objetivo, sin embargo, a cada paso que daba, cada vez que respiraba demasiado profundo, una punzada en la espalda, que se extendía por todo mi sistema nervioso, me recordaba mi situación y acrecentaba mi dolor.

"Ah monsieur..." sostenía una pequeña caja rectangular negra en su mano derecha, probablemente el control remoto de mi carga explosiva "...por un momento creí que nos había traicionado. Y bien ¿tiene lo que le pedimos?"

"Sí, sin embargo hay un cambio en el contrato"

"Era de suponerse..."

"Iremos a dejar a Lazarev a un hospital de la FSB, después de eso a cambio de la primera mitad de la lista, ustedes me sacarán estos explosivos de mi espalda y, una vez yo haya despertado, me dejarán en la estación de metro más cercana; yo los contactaré para darles el resto de la lista.

"Mmm..." Sus ojos parecían amigables, estirados por una sonrisa afable que le arrugaba la cara desde la altura de la nariz hasta al lado de la comisura de los labios. "Me temo que la idea que usted plantea no será completamente posible, me temo que una vez hayamos retirado la carga explosiva de su cuerpo usted deberá darnos la segunda parte de la lista" Hubo una breve pausa en la intenté pensar en una idea mejor, pero mi cabeza estaba obnubilada por el dolor. "Lo haremos en un lugar público, si eso le tranquiliza"

Acepté, ya no sabía que hacer, así que acepté.

Casi veinte horas después me vi en el aeropuerto deletreando el último apellido de aquella lista, mientras estaba allí, divisé el titular de uno de los diarios en donde ponían la cara de un tal Vladimir Vassiliev que había muerto en violento volcamiento de camión, le lloraban, decía el titular, esposa e hija. Cuando vi la fecha noté que habían pasado ya tres días desde que la loca persecución y posterior misión, comenzaran. Botvin estaría probablemente furioso conmigo, si es que no había firmado ya mi orden de captura y muerte, o tal vez enviado un comunicado para buscar por mi en la morgue de algún hospital. Me pregunté que sería de Sasha y posteriormente qué sería de mi.

El francés y su extraña colega sonrieron al obtener el último nombre. Me pusieron una bolsa de papel en la mano y se fueron. Para mi sorpresa, habían cumplido su palabra.

Dentro de la bolsa habían dos jeringas, una nota y dinero. En la nota ponían:

«Monsieur Korsakov:

Mis felicitaciones, ha hecho un trabajo mucho mejor que el de sus predecesores, ha sobrevivido. Lamentamos tremendamente el estrés por el cual lo hemos hecho pasar y todas las molestias que esto conlleva, sin embargo, con el tiempo comprenderá que a veces hay que sacrificar un "peón" por un bien mayor.

En la bolsa encontrará un poco de dinero para que pueda regresar a su agencia y dos jeringas que contienen morfina, en caso de que el efecto de la anestesia no se prolongue tanto como usted hubiese deseado.

Atte.,
Laurent Martin, jefe de operaciones de la AMM»

viernes, abril 06, 2007

De vuelta a las intrigas, segunda parte

La casa estaba vacía; habían algunas figuritas de porcelana esparcidas por el suelo mientras que el humo se colaba por las ventanas rotas de la cocina. Afuera, en el reducido patio que hacía también de tendedero, se extinguía, con la suave llovizna, una pequeña fogata alimentada con los pasaportes falsos de Sasha.

Tarde; habíamos llegado tarde.

Me pasé las manos por el pelo repetidas veces ¿Qué hacer? ¿Claudicar? ¿Convertirme en un poseso y perseguirlos hasta el mismo infierno? ¿Tomar un minuto de silencio para honrar su vida?.

Uno de los operativos me interrumpió, venía con un sobre en las manos; estaba dirigido a mi. Lo abrí con sumo cuidado y saqué la carta que estaba dentro, decía:

«Intercambio información por la vida de tu amigo. Ploschad Revolutsii, 15 minutos. Sin armas, sin respaldo, sólo tú y yo.»

Sería un poseso hasta el infierno. Mi suerte estaba echada.

Obviamente, por ser esta una misión encubierta y prohibida, no había manera de que yo pudiera irrumpir en una de las estaciones más importantes de Moscú con un equipo armado hasta los dientes y otras treinta personas de apoyo, pero algo tendría que hacer. Aquella fue la primera vez que sospeché que esto era un trabajo desde adentro, algo que sólo alguien con quien trabajase mano a mano todos los días podría haber logrado, sin embargo, esa sospecha se esfumó rápidamente de mi cabeza a medida que revisaba los cajones de Sasha en busca de ropa de civil y pensaba en donde demonios me iba a esconder la Beretta y al resto de mi operativo.

Estoy casi seguro de que ustedes, mis queridos lectores, han visto suficientes películas hollywoodenses como para saber que es cosa de ingenio hacer entrar a 80 personas con 10 granadas por cabeza a un metro, aeropuerto, buque de guerra, etc., mas, las estaciones del metro de Moscú han sido diseñadas como obras de arte; con mosaicos, pinturas y esculturas, y yo no podría, por amor a mi patria, permitir que ese pedacito de cielo se destruyera, sin mencionar que un error de ese estilo podría pagarlo con la vida o, aún peor, por el resto de mi vida.

A la hora acordada estaba yo mirando el suelo de la estación; un café rojizo a cuadros, un suelo que me invitaba a jugar ajedrez. Divagando al respecto me sentí como un peón sentenciado a morir, como una pieza mínima que va de manos atadas al encuentro de su enemigo, preparado o no, para morir por un bien mayor, por su rey, por su patria, por la KGB . La masa de aire a mi alrededor se empezó a mover a medida que el tren se acercaba y la gente se agolpaba para subirse a él. Por la izquierda se acercaba un curso de jardín de infantes, probablemente de paseo por la ciudad, veinte chicos impresionables e inocentes que no aún no conocen el lado menos afable de la vida.

Las puertas del metro se abrieron de par en par y una cara conocida me invitó a entrar.

Era Sasha.

Entré sintiéndome terriblemente traicionado hasta que vi los cables que salían de bolsillo de su pantalón y entraban por la espalda, bajo la camisa.

Él sólo se limitó a asentir; era una bomba.

"Sergei", me dijo, "piensa que ya estoy muerto, no puedes hacer lo que te piden"

"¿Qué quieren, quienes son?"

"No importa el quién, sólo importa el qué, quieren infiltrarse en la central"

"¿Y para eso nos necesitan a nosotros?"

"No, nos necesitan de escudo y..."

"¿Y para qué?", una mueca de dolor en su cara. "¿Qué pasa?"

Entonces lo vi, estaba sangrando del brazo izquierdo, la sangre se resbalaba impía por sus manos y goteaba desde la punta de sus dedos.

"Estás herido..."

"¿Podrías dejar de apuntar lo obvio por favor?" Una sonrisa.

"¿Cómo está conectada?"

"No lo sé... mejor dame por muerto y evacúa las estaciones"

"No puedo"

"¿Por qué?"

"Porque si tú explotas, yo pierdo mi trabajo y no sé hacer ninguna otra cosa" Se rió dolorosamente "Nos bajaremos en la próxima estación y desactivaremos la bomba ¿qué es, casera, TNT, nitrato de amonio?"

"C4"

Por unos segundos me di por perdido.

Nos bajamos, hicimos un par de cambios de línea y llegamos a Mayakovskaya, en donde un reducido grupo de lo mejor de lo mejor de los OSNAZ nos esperaban.

Sasha estaba casi inconsciente por la pérdida de sangre, así que lo apoyé contra un muro tratando de guardar las apariencias, sin querer se me comenzó a resbalar por entre las piernas así que lo agarré con fuerza por los hombros y lo levanté. Me miró con ojos desorbitados producto del dolor.

"¿Dónde estamos?"

"En Mayakovskaya, la ayuda ya viene en camino"

"¡No! La bomba se activa con un control remoto, de seguro alguien nos viene siguiendo, olvídalo, simplemente déjame en un lugar donde la explosión no haga mucho daño"

"¡Con un demonio, Aleksandr, tú y tu estúpido patriotismo!" Le levanté la camisa para ver las conexiones del C4 y mi corazón dio un vuelco, uno de los cables le pasaba por debajo de la piel de la espalda; entraba un cable rojo y salía uno verde, allí se unían los cables principales y otros tantos se hundían por el hombro izquierdo y salían un poco más abajo; no había manera de desconectarla, yo sabía un poco de explosivos, pero esto era para un experto, hecho por un loco para un experto.

Sasha posó su mirada en mi con un leve reflejo de terror en los ojos, luego dirigió su mirada hacía arriba y en el reflejo vi una figura, en eso, sentí un frío metálico en mi nunca, al tiempo que el sonido del seguro abriéndose me paralizaba.

"Date vuelta muy lentamente"

Un hombre de cabellos grises, que frisaba los 40 años, se apoyaba socarronamente en un bastón y me sonreía. Traté de sacar mi Beretta, pero el hombre fue más rápido y me dio vuelta la cara de un bastonazo.

"No hay tiempo para niñerías. Este es el trato, nosotros salvamos a su compañero a cambio de su cooperación monsieur Korsakov, tenemos una ambulancia afuera lista para proceder, si usted se niega mueren los dos aquí. Tiene 30 segundos para decidir."

"¿Y qué tendría que hacer?"

"No, no, no, mounsieur, esto no funciona de ese modo, yo pongo las reglas, no usted, lo único que usted debe saber al respecto es que si decide ayudar ambos vivirán para contar la anécdota, si su respuesta es no, pues entonces no tendré otra opción que manchar este precioso embaldosado.

»Tic-tac monsieur, tic-tac. Dix, neuf, huit, sept, six, cinq, quatre, troi, deux, un, zé..."

"Lo haré" Dije con un hilo de voz.

"Sabia decisión" Otro bastonazo en la cara y rodé por el suelo perdiendo el sentido de la dirección y la gravedad, de pronto me pareció que todo lo que debía estar abajo, estaba en realidad subiendo y yo, invariablemente, subía también hasta topar con el techo, entonces todo se puso negro. Lo siguiente que supe fue de un dolor ajeno que rápidamente trepaba por mi espalda hasta asentarse en la nuca, luego un cosquilleo en las piernas y finalmente el verdadero dolor, escuché un grito y me pareció que alguien más gritaba por mi. Vi al hombre de cabellos grises al fondo de la habitación y un guante blanco sin dueño me pinchó en el brazo, al instante me empecé a quedar dormido.

Soñaba con lámparas colgantes y muebles de fierro cuando de golpe desperté. Una chica con mascarilla estaba retirando una aguja de mi brazo e inmediatamente concluí: anfetaminas. Estábamos dentro de una camioneta y el tipo del bastón me observaba con cierta curiosidad.

"Hemos instalado una pequeña carga explosiva en su columna vertebral, se activa por control remoto así que en caso de que siquiera piense en traicionarnos, la activaremos y pasará a la historia"

"¿Y Sasha?"

"Él está bien, se lo entregaremos a su debido tiempo". Me senté derecho a la espera de mis órdenes. "Su trabajo, monsieur Korsakov, es conseguir los planos del campo Barsukov y su hermano gemelo Nikolai, además de la lista de los miembros del Consejo de la Rosa"

"¿El consejo de la rosa?" Repetí yo incrédulo. "¿No es eso sólo un mito?"

"No monsieur Korsakov, es más, le sorprenderá saber que usted tiene lo necesario para acceder a esos archivos" rozó con el bastón la medalla de oro que me colgaba del cuello. "Podrá notar que en el anverso, aparte de la afable cara de la virgen María, hay unas incisiones periódicas a su alrededor." Agucé la vista para ver de qué demonios me estaba hablando este hombre. "¿Está familiarizado usted con los códigos de barras?"

"Pero eso es imposible" Medio susurré.

"¡Ah! monsieur, con el tiempo encontrará que en esta vida nada es imposible, excepto vivir para siempre"

A los pocos minutos me encontraba yo subiendo con la mayor discreción posible los 4 pisos que me separaban de los planos, después tendría que bajar hasta el tercer subterráneo, cuya existencia desconocía y, con la ayuda de la virgen María, sortear la seguridad que me separaba de la sala de reuniones del Concejo de la Rosa. Lo de los planos no presentó ningún problema, el mayor reto fue, creo yo, evitar ser retratado por las cámaras de seguridad y no encontrarme con conocidos.

Después de eso bajé hasta el segundo piso en donde, según la información que me habían dado, debería ingresar una secuencia alfanumérica en la dispensadora de cigarrillos, caminar por el pasillo que estaba directamente en frente mío hasta la quinta puerta a la derecha, allí encontraría otra botonera en donde debía ingresar la misma clave y la puerta se abriría, no estoy muy seguro de como funcionaba el mecanismo, pero si mi memoria no me engaña, el primer código desbloquearía la segunda botonera, al ingresar el código por segunda vez a la segunda botonera, el sistema gatillaría un sistema de poleas que abriría un pasadizo secreto dentro de la habitación, revelando pasajes y escaleras que irían por entre los muros y oficinas del edificio; un verdadero laberinto, que después de muchos recovecos, iba a dar al tercer subterráneo. Más simple imposible.

Fue la segunda vez, aquel día, que me di por perdido.

Continuará...

martes, febrero 13, 2007

¿De vuelta a las intrigas?

Ayer recibí una carta en blanco. No tenía nada escrito en ella. En el sobre ponían mi nombre, o más bien el Alias que ocupo ahora, mi dirección y nada más. A decir verdad, me asusté un poco.

La pasé por todos los detectores de rigor, revisé las huellas digitales, traté bajo una luz ultravioleta y finalmente apliqué un poco de calor. Nada. En el sobre habían varias huellas digitales, pero ninguna me sirvió de algo; fuera de averiguar que el hijo de la vecina tiene una pequeña historia criminal, no saqué nada importante en limpio.

La carta en cuestión me la entregó él. Ayer por la tarde pasó por la casa y me dijo que una joven le había entregado esto para mi en la ciudad, él se había extrañado un poco al principio, pero después supuso que yo no soy una persona que pase fácilmente desapercibida, así que no se hizo más problemas y la guardó. Me temo que él tiene razón, no estoy pasando tan desapercibido como quisiera.

Le agradecí a Jorge, el hijo de la vecina, y me deshice de él lo más lo más cortés y rápido que me fue posible, luego tomé el sobre con mucho cuidado y lo escaneé para ver si tenía algún explosivo o rastreador dentro. No se imaginan lo pequeños e imposibles de detectar que son esas cosas hoy en día, no me extrañaría que alguien escondiese un micrófono bajo una uña.

Cuando estuve seguro de que todo estaba en orden, lo revisé en busca de huellas, las que encontré, las ingresé inmediatamente a la INTERPOL, la CIA, Carabineros de Chile y FSB ; nada muy alentador, al parecer el sobre tenía hasta las huellas del sacerdote, pero ninguna que me diera una pista más concreta, además, lo más probable es que hayan sido todas plantadas con sumo cuidado. Al abrirlo, con pinzas, guantes y mascarilla, me encontré con dos hojas carta en blanco, dobladas en tres partes iguales. Tampoco era un mensaje codificado. Lo metí dentro de una caja metálica y partí en mi jeep a las montañas, donde lo enterré hasta tener más luces al respecto. Esto sólo puede significar una cosa, alguien sabe que estoy aquí, me han encontrado... pero quién, enemigos tengo de sobra, pero no todos tienen los medios o la perseverancia como para perseguirme hasta el fin del mundo. A la mente se me vinieron Marguerite, Fradkov, Botvin, Lazarev, Sklerov y otro centenar de personajes que han jugado partes importantes en mi vida.

Esta madrugada he enviado el primer mensaje, de una larga serie que establece el protocolo, para pedirle ayuda a Sasha. Ya esta noche debería tener noticias de él. Mientras tanto sólo me queda estar con los ojos muy abiertos y comenzar a deshacerme de las cosas que me puedan incriminar y están de sobra en la casa. Odiaría que me pasara lo mismo que a Sasha cuando tuvimos que sacarlo de servicio pasivo y dejarlo a su merced en Moscú. Llevábamos apenas un año en servicio cuando el desastre se nos vino encima. A la agencia llegó una fotografía en blanco y negro, claramente tomada desde lo alto de algún edificio, en donde aparecíamos Sasha y yo intercambiando información, al reverso de la fotografía ponían con plumón negro "Aleksandr Lazarev, 24 años, periodista, agente secreto de la FSB. Nikoskaya #2234, Moscú". Recuerdo que aquella mañana estaba tirado cuan largo era sobre mi cama, tratando de enfocar un mosquito que osaba rondar cerca de mi nariz cuando el teléfono sonó.

"Tenemos un problema" La voz de Botvin resonó en mi cabeza "Tengo una foto de Sasha y tú juntos en la Plaza Roja"

"Te escucho" Mi mente se puso en blanco y automáticamente empecé a juntar mi ropa.

"Tienen su dirección, van por él, el mensaje es claro, estamos investigando para saber que organización la ha enviado"

"¿Extracción?"

"No, el director ha decidido dejarlo, no vale la pena arriesgarse. Te estoy dando un aviso extraoficial" El corazón se me congeló por una fracción de segundo. Así es como la Madre Patria pagaba nuestra lealtad "20 minutos. Estación Kievsky, un equipo te estará esperando"

"Entendido... ¿Señor? Me podría dar la dirección de Sasha"

"Nikoskaya #2234, el equipo sabe la locación exacta... ¿Sergei?"

"¿Sí?"

"Esta conversación nunca sucedió"

"Entendido, señor"

Salté la cama en dirección al baño, abrí la llave de agua fría y me metí a la ducha, estuve apenas unos segundos allí, lo suficiente como para despertar, ni siquiera recuerdo si cerré el paso del agua, ni tampoco en qué preciso momento me vestí, el pelo se me había agrupado en mechones sobre la frente y el agua me corría por la cara. Fui al dormitorio y levanté la alfombra, allí, empotrada en el suelo, había una pequeña botonera digital en donde ingresé un código de seis números que me permitiría acceder a mis armas.

Saqué una Beretta M12, 9mm y la CZ 83 de rigor, tomé un cuchillo y me lo guardé en el bolsillo. Volví a cerrar el compartimiento, cogí las llaves de la cómoda y salí disparado por la puerta. A los seis minutos de viaje noté que me iban siguiendo, dos autos, placas internacionales, ambos blancos y del mismo modelo "Demasiado obvio niños" pensé, al tiempo que daba un viraje forzoso hacia la izquierda y me aventuraba por un oscuro callejón maloliente. Un vagabundo me salió al paso, a quien casi atropello y se quedó lanzando maldiciones e improperios a viva voz mientras yo doblaba nuevamente a la izquierda en la siguiente esquina. Un camión me cerró el paso así que puse reversa, la caja de cambios chirrió dolorosamente y partí otra vez, pasé por la calle por donde venía, en donde el vagabundo seguía reclamando y el par de autos blancos ya casi salían al cruce. Encontré la entrada trasera de un almacén abierta, allí donde los camiones se estacionan para cargar y descargar, me detuve y desde la ventana del conductor me asomé con Beretta en mano, disparé una rápida ráfaga en contra de los cristales y los neumáticos; me pareció ver que uno de los conductores tenía el cabello negro y largo, pero fue apenas una imagen momentánea. Uno de los autos se estrelló en contra de un muro y del lado del copiloto salió un tipo fornido, con cara de pocos amigos, que me apuntaba con una Micro UZI calibre .45. La idea de mi muerte prematura no alcanzaba a asentarse en mi cabeza cuando mi dedo ya estaba hundido en el gatillo y el dueño de la UZI se desplomaba tras la puerta con cara de asombro. Busqué por el rabillo del ojo al otro auto, pero éste ya habían emprendido la retirada y estaba a casi dos cuadras de distancia, desapareciendo por la esquina. Me subí al auto, dejé la ametralladora sobre el asiento del copiloto y saqué de la guantera mi radio.

"Alfa a Murciélago. Alfa a Murciélago. Responda Murciélago, cambio"

"Aquí Murciélago. Repito, aquí Murciélago ¿Qué pasa Alfa?"

"Solicito un equipo de limpieza en Novinsky con Tolstogo, repito, equipo de limpieza en Novinsky con Tolstogo, cambio"

"Entendido Alfa, repito, información recibida, cambio"

"Cambio y fuera"

Tiré el radio al tiempo que ponía ambas manos en el volante para dar una curva de la que no me había percatado, aceleré un poco más y seguí mi camino hacia la estación Kievsky. Quien quiera que haya decidido que seguirme era una buena idea, no pretendía matarme, sólo quería hacerme perder el tiempo. Aquella imagen del conductor se me repetía en la mente, pero no podía dar con la persona a quien me recordaba; decidí sacudirme todas las dudas y cuestionamientos de la cabeza y me enfoqué en lo que tenía directamente enfrente; la estación Kievsky.

Allí me esperaba un pequeño equipo de OSNAZ armados hasta los dientes, listos para llevar a cabo la extracción de Sasha. De la camioneta se bajó una chica de no más de 18 años quien me pidió las llaves de mi auto; ella se lo llevaría lejos de allí para que no me pudieran vincular a la extracción. Saqué la Beretta y dejé la CZ en la guantera. Me subí a la camioneta y me dispuse a que me informaran mientras me ponía el chaleco antibalas y repasaba el resto de mi contingente.

La camioneta se estacionó con un fuerte chirrido de llantas en frente de la casa de Sasha al tiempo que un pequeño incendio comenzaba en la parte de atrás, pero eso no lo sabría hasta unos segundos más tarde.

Continuará...

domingo, enero 21, 2007

Korsakov ¿Sicario?

No lo podía creer. Sentado en la pequeña habitación a la que se reducía mi "hogar", releía una y otra vez las órdenes de mi primera misión. Venía en dos fases, la primera era vigilar al cabecilla de una mafia de drogas y la segunda, una vez adquiridos ciertos datos importantísimos para detener a la organización, matarlo.

Recuerdo haber pensado que a esto se resumiría mi completa existencia; espiar, fingir ser alguien más y luego matar. Me solté la corbata a la que ya casi me acostumbraba y me convencí que a esas alturas no había escapatoria, me convencí de que todo este lío en el que estaba metido era infinitamente mejor que volver a depender de los basureros de la calle y la caridad de algún transeúnte.

Me fui al baño y me estiré dentro de la bañera con una botella de vodka en la mano, trataba de ordenar en mi mente las incursiones necesarias a esta organización, según la información de inteligencia que me habían dado, esta bratva (mafia en ruso), se hacía llamar Baklany y tenía, al parecer, fuertes lazos con el resto de la escoria en la Madre Patria, mi labor era encontrar pruebas irrefutables de sus fechorías y luego asesinar al jefe, Anatoly Fradkov.

Al siguiente día, el despunte del alba me pilló aún dentro de la bañera con un fuerte dolor de cabeza. Un penetrante sonido me seguía empujando hacia la realidad mientras yo, en mi semi-inconsciencia despierta, me resistía. Era un tono agudo que vibraba dentro de mi cráneo y se alojaba en la parte alta de mi pecho, cesó por un par de segundos y luego empezó otra vez, me tomó casi un minuto asimilar que aquel sonido infernal era el teléfono. Botvin prácticamente vociferaba del otro lado.

"¡Korsakov! [...] cambio de planes [...] ¡eres un irresponsable y una desgracia para la [...]!" Una vez hubo bajado los decibelios logré recién entender lo que estaba diciendo. "Tu misión ha sido adelantada, debes acabar con Fradkov hoy mismo, olvídate de las pruebas, olvídate de las sutilezas, debes entrar al casino, subir hasta su oficina y terminarlo ¿entendido?"

"Sí, señor"

"Ah, otra cosa, si te atrapan estás solo" Click. Había colgado.

Fui hasta mi maleta que aún descansaba, sin desempacar, sobre la cama y saqué mi mejor traje. Iba a uno de los casinos clandestinos más famosos de Moscú a jugar a la ruleta rusa con la cabeza de otro.

Ya en el local golpeé la pesada puerta de hierro que me separaba de mi objetivo. Un joven alto y fornido de casi dos metros de altura me salió al encuentro, me miró de pies a cabeza y preguntó mi nombre.

"Stuart Borthwick" Le respondí, con mi mejor acento inglés. El tipo me miró de pies a cabeza una vez más y abrió la puerta, momento que yo aproveché para introducirle 300 rublos en la mano ($6000 o US$10.00 app .). Pasé de largo sin mirar atrás. Una vez adentro, el local se hacía mucho más bullicioso y entretenido, tanto que me tuve que recordar varias veces por qué estaba allí. Me senté en una mesa de Blackjack a recuperar lo que había dejado en portería y salí con una ganancia de casi 4000 rublos, una hermosa camarera me sirvió un vaso de champagne, mientras que en el gracioso reflejo de su bandeja observaba como Fradkov, desde lo alto, admiraba su imperio de apuestas y drogadicción; alcancé a reconocer entre los asistentes a otros cuantos traficantes de drogas y mafiosos de poca monta; al poco rato Fradkov se retiró a su oficina en el segundo piso, seguido de cerca por dos de sus matones de confianza; Nicky "cara de cuero" y su hijo Alexei. Para ganar un poco de tiempo entablé una liviana conversación con la camarera, quien inmediatamente me señaló, con una coqueta sonrisa, que tenían prohibido hablar con los clientes. Traté de conseguir al menos su nombre, al tiempo que echaba otra ojeada al lugar, luego me retiré a probar suerte en una mesa de Poker. Mientras hablaba con ella había contado los guardias en el perímetro e ingeniado una vía de escape, mi mayor reto era subir hasta la oficina sin ser detectado por las cámaras de seguridad que abundaban; pues bien, a veces las distracciones son buenas. Aposté mis ganancias del Blackjack en la Ruleta y esperé a perder.

"¡Inaceptable!" Mi copa se deshizo contra el piso en una docena de brillantes pedazos. El croupier hizo una seña a dos de los guardias más cercanos "¡Este niño está haciendo trampa!" Dije encolerizado apuntando al croupier "¡Quiero ver al dueño! ¡Exijo una satisfacción!". Uno de los guardias se llevó la mano a la oreja derecha y dijo algo por el intercomunicador, otros dos guardias se movieron de su posición hacia la ruleta, esto no iba a funcionar "¡¡Dije que quiero ver al dueño!!", demandé aún más fuerte, uno de los guardias me agarró del brazo y me alejó un poco de la pequeña multitud que se había empezado a formar.

"¿Vamos a tener problemas?" Dijo con tono intimidante al tiempo que levantaba las cejas. "Ud. perdió justamente, tómese un trago por cuenta de la casa y váyase" Saqué un cigarrillo de mi chaqueta y se lo ofrecí al guardia, al rechazarlo él lo tomé yo y di una presumida mirada al lugar.

"Estoy aquí para hacer negocios con el señor Fradkov, si él fuera tan amable de bajar... o invitarme a subir" A través del intercomunicador informó de la situación a los matones del jefe, mientras yo me hacía el desentendido. "Fascinante idioma, simplemente fascinante".

Al poco rato me encontraba en el callejón de salida, entre basureros malolientes y paredes húmedas, custodiado de cerca por los matones de Fradkov, el asunto estaba tomando mal cariz.

"El señor Fradkov vendrá en un momento" dijo Alexei, el "padrino" ruso júnior, mientras se cruzaba de brazos dejando a plena vista una CZ 83, 9mm. Me puse las manos en la cintura mirando hacia el cielo, con el cigarrillo entre los dientes.

"¿Mister Fradkov siempre deja esperando a sus clientes de esta manera?" Hice como si recién hubiese notado el arma en su mano "Cuidado, hijo, no te vayas a sacar un ojo con eso". Alexei intercambió una mirada incómoda con el otro matón. A sus espaldas la puerta se abrió y apareció Anatoly . Cruzó un par de palabras con su hijo y este se adelantó hacia mi, me hizo una señal para que levantara las manos y procedió a revisarme. "Más te vale que te hayas lavado las manos antes, este traje es caro, por si no lo has notado, sólo la corbata cuesta 100 dólares"

"Me dicen que quiere hacer negocios conmigo ¿da??" Un denso acento en su inglés.

"Así es, he escuchado maravillas sobre usted" Me acabé el cigarrillo y lo aplasté con el talón.

"¿Maravillas? Sí, sí, puede ser y ¿Ud. es?"

"Ah, me presento, Lord Borthwick, Lord Stuart Borthwick"

"Señor Borthwick, como es posible que siendo Ud. un lord nuca haya escuchado su nombre hasta hoy"

"Fascinante pregunta..." calculé la distancia "... pero me temo que deberá ser contestada en otro ocasión" Agarré a Alexei del cuello, le hice una llave simple y le arrebaté el arma "no te muevas" le susurré y lo golpeé con la cacha en la nunca, o al menos eso intenté, pues el muy idiota se movió y ahora sangraba profusamente del párpado derecho. "Te dije que ibas a perder un ojo". Fradkov titubeó entre huir y ver en que estado se encontraba su hijo, su otro matón comenzó a sacar su arma. Le quité el seguro a la semiautomática y cargué.

"¡Quieto!" Mi mente dio un giro en 360 grados. Alexei estaba en el suelo perdiendo un ojo, su padre estaba a mitad de camino entre la puerta y su primogénito, mientras Nicky "cara de cuero", su otro matón, me apuntaba a la cabeza y yo le apuntaba a la cabeza de Fradkov. "Entrégamela" ordenó Nicky. No me moví ni un milímetro, mi misión era matar a Fradkov y eso haría.

"Nicky ¡Quítale esa arma!" Bramó Anatoly. Apunté a Alexei.

"Dile a tu gorila que baje su arma o lo mato, no vengo por tu hijo, pero si es un medio para mi fin, lo haré". Anatoly gemía de dolor en el suelo mientras se cubría el lado derecho de la cara con una mano.

"Otets, otets, otets..."

"Tu hijo te llama, Anatoly ¿Qué va a suceder, perderá sólo un ojo o perderá la vida?"

"Nicky, haz lo que él dice"

"Nicky, ponle el seguro, déjala caer lentamente al suelo y luego empújala con tu pie hacia acá" Así lo hizo "Muy bien, mi problema no es contigo. Ponte de espaldas a mi, pon las manos detrás de tu cabeza, camina hacia esa pared y arrodíllate" Fradkov aprovechó mi distracción momentánea para sacar una pistola de 6 tiros de su chaqueta, apenas y alcanzó a apuntarme cuando el aire se llenó de un pesado olor a pólvora. Descargué 4 balas en su pecho al tiempo que se desplomaba al lado de su hijo. Apretó el gatillo con la esperanza de dar en el blanco, pero la bala me pasó rozando el muslo izquierdo y se perdió en las sombras del callejón. Anatoly Fradkov estaba muerto. Pobre idiota, tenía presupuestado darle tiempo para que se despidiera de Alexei.

Giré en 90° para encontrarme cara a cara con Nicky , una cicatriz le surcaba el rostro desde la frente hasta el mentón, como si allí, hace mucho tiempo atrás, hubiera pasado la hoja afilada de un machete y hubiese intentado partirle la cara en dos con una diagonal.

"De acá no sales vivo", el sonido de un revólver cargándose me aceleró el pensamiento. Él tenía mi entrecejo en la mira y yo tenía su hígado. Ambos podíamos morir allí mismo, pero yo tenía todas las de perder.

"Míralo de esta manera..." Su atención se desvió hacia Alexei que volvía a gemir en el piso, tratando de ponerse de pie. Apreté el gatillo y me salí de la línea de fuego, le había disparado a quemarropa, una vez más el olor a pólvora llenó el callejón. La sangre no tardaría en atraer a los ratones.

Una idea que no quería tener se instaló en mi cabeza como único pensamiento. Dejar a Alexei vivo supondría una vendetta en el futuro cercano. Le apunté. Sopesé una ves más mis opciones y me fui. Los otros guardias no tardarían en salir. Apliqué presión sobre mi herida en el muslo y salí corriendo del callejón. Había dejado el auto a dos cuadras de allí y era hora de escapar. Ya más adelante lidiaría con Alexei de ser necesario.

miércoles, enero 10, 2007

Spetsnaz

Cuando recién me uní a la "policía secreta" mi entrenamiento era básicamente en uso de armas y como desarmar transistores de distinta procedencia; un poco de electrónica aquí y otro poco de sobrevivencia allá. Nada muy grato que digamos, en el lugar coexistíamos con el barro y el frío la mayor parte del tiempo. Era un campo de entrenamiento similar a "La Granja" de los EEUU, a las afueras de Moscú, donde nos entrenaban en todas las artes de la mentira y como evitar que nos descubrieran, lejos, mi experiencia más memorable en esta clase de subterfugios, fue aprender a pasar por un detector de mentiras, para poder engañar a uno de esos era necesario escuchar sin poner atención y responder sin pensar; el castigo por ser "detectado" era pasar una semana en solitario a pan y agua o alguna otra barbaridad que se le ocurriese a nuestros superiores. Estuve en el campo Barsukov de 4 a 6 meses, la verdad es que no lo sé a ciencia cierta, y todo ese tiempo me lo pasé aprendiendo lo que fuese que ellos me enseñasen y todo a lo que le podía echar mano también.

El grueso de los integrantes eran operativos de la milicia o de la policía, sin embargo, también contábamos con oficinistas, personal administrativo y secretarias ¡Hasta teníamos un panadero! Él era, definitivamente, el panadero más peligroso de toda Rusia. La mayoría habían sido reclutados para trabajar como agentes pasivos; agentes que pueden pasar años viviendo su vida como si nunca hubiesen sido entrenados para matar, hasta que su "handler", algo así como el jefe que está a cargo de dicho agente, lo contacta y le da algún trabajo terriblemente peligroso y necesario para resguardar la integridad de la madre patria.

Así es como funciona, permítanme explicar.

Un buen día el teléfono suena, el agente responde y por el otro lado de la línea una críptica voz dice: "El sol brilla en Shanghai como brilla en Venezuela. Las marmotas ya no vuelan", y el buen panadero responde "El sol sale por el este, las grullas vuelan al Norte al atardecer. El águila está en el nido".

Una vez las contraseñas de activación y confirmación han sido intercambiadas por agente y superior, acordarán un lugar de encuentro en donde la misión le será entregada al agente, el agente cumplirá y entrará de nuevo en un largo sueño, o si todo sale mal, morirá en el intento. Son pocos los casos en los que agentes pasivos, o "bellas durmientes", son removidos del escenario para pasarlos a otro tablero, pero no por eso inexistentes, así sucedería con Sasha, pero me estoy adelantando en la historia. El Campo Barsukov no sólo entrenaba para ser una bella durmiente, nos entrenaba para todo; para lo conocido, lo desconocido y lo que quedase por inventar, una vez nos pusieron a desencriptar un rollo de papel con supuestos mensajes internos de la CIA de casi un kilómetro de largo, estuvimos horas y horas, ¡días! en aquello, cuando ya casi bordeábamos la semana de trabajo sin descanso, llegó el director para felicitarnos por nuestra perseverancia en ayudar a la Madre Patria, todo había sido una prueba sin sentido para aumentar nuestra resistencia mental, o al menos esa fue la excusa que nos dieron. El sin-sentido abundaba en el campo, pero nunca en vano.

Mi handler nos llevó a mi y a Sasha, mi compañero de cuarto y mejor amigo, a Moscú, ya cercanos al final del entrenamiento, y nos dijo que todo lo que veíamos debíamos analizarlo; si una persona tiene un menú en frente y lo está leyendo ¿Lo está leyendo realmente? ¿Sus ojos se mueven o los tiene fijos en otro lado, en la mesera , tal vez? La mujer que se mira al espejo y se retoca los labios ¿Se mira al espejo o mira a alguien más, está tratando de descifrar alguna conversación privada? ¿Tal o cual personaje pertenece a la escena, qué no encaja? Nos invitó un café y estuvimos hablando de nada por un rato, mi compañero y yo tratando de poner en práctica lo aprendido, luego, dirigiéndose a Sasha, dijo "Tú, quieres ir al baño, al fondo a tú izquierda" Sasha ni siquiera preguntó porqué o para qué, a los pocos segundos había desaparecido en la parte trasera del local.

"¿Qué fue eso?" Pregunté muy extrañado.

"Si no te digo el porqué, no preguntes. ¿Ves ese edificio, el que tiene los balcones? Bueno, en cinco minutos te quiero ver en uno de ellos"

"Y ¿Cómo quiere qué entre, a la fuerza?" Un poco de sarcasmo en mi voz.

"No" Apagó su cigarrillo en lo que quedaba de mi café "Si me sigues mirando con esa cara de sorpresa vas a perder otros 15 segundos" Me puse de pie impulsado por un resorte invisible y partí, tuve que subir los 6 pisos a pie, pues los inquilinos habían quemado el ascensor en una ola polar el invierno pasado. Me crucé con una chica que saltaba la cuerda en el pasillo, con una hermana atenta y sospechosa de mi existencia a sus espaldas. Subí otro piso y opté por la puerta a mi derecha más próxima. Golpeé, tenía cuatro minutos.

"¿Sí? ¿Quién es?" La voz de una anciana.

"Es Ilya, vengo a buscar a Sonia"

"¿Sonia? Acá no vive ninguna Sonia" La anciana abrió la puerta unos centímetros y me sondeó de pies a cabeza "¿Quién eres tú, yo no te conozco"

"Soy yo ¡Ilya! Qué alegría encontrarla acá, usted tal vez no se acuerde de mi, yo era amigo de... siempre me pasa esto, lo tengo en mente, me imagino su cara, pero no doy con el nombre..."

"¿Yuri?"

"Sí, de Yuri... ¿Cómo está? Han pasado años desde que no sé nada de él"

"¿Conoces a mi Yuri?" Su rostro se volvió afable y alegre "Oh, ha pasado tanto tiempo ¿Eres tú Ilya, el chico que lo solía molestar en la escuela?"

"Sí, era un idiota en ese tiempo, pero luego nos hicimos muy buenos amigos, me mostró una foto suya una vez"

La señora, cuyo nombre se ha ido de mi memoria, me hizo pasar y me presentó con los otros habitantes del departamento como un amigo de la infancia de Yuri, antes de que terminara mi plazo yo estaba admirando la vista desde su balcón. Los lentes gruesos de Botvin, mi handler, me devolvieron la mirada. Misión cumplida.

Al poco rato, alguien golpeó la puerta antes de darle la oportunidad a la anciana de sacar el álbum de los recuerdos, era Sasha. Mi sorpresa fue interior únicamente, así que me limité a observar de la distancia. La nieta de otra anciana que vivía en este departamento (recordad que por esos años abundaban aún las casas comunitarias), abrió la puerta. No tardó mucho en empezar a coquetear con Sasha.

"Así que buscas a tú amigo ¿da?"

"¡Sasha! No seas impaciente, estaba por bajar, no me vas a creer a quien me encontré, mira es la abuela de Yuri ¿Te acuerdas de él? ¿En la escuela?"

"¿En la escuela?" Sasha siempre fue lento para estas cosas. El resto de la escena se desarrolló dificultosamente, pero al menos no arruinó mi actuación llamándome por mi nombre.

Cuando salimos del edificio, nuestro superior estaba afuera esperándonos en el auto, apenas asomamos nuestras cabezas por la ventana empezamos a escuchar nuestra conversación con la abuela de Yuri en estéreo. Aparentemente nuestro superior había plantado micrófonos en ambos y no nos dimos cuenta, de esa manera supervisó nuestra pequeña prueba.

"Si yo hubiese sido el enemigo ustedes estarían muertos. Si ustedes hubiesen sido importantes; la anciana, la chica que coqueteó con Sasha, todo el apartamento, hubiese sido un simple daño colateral. Esto no es un juego, no me fallen otra vez"

En las pocas semanas que nos quedaban de entrenamiento, estas salidas se hicieron cada vez más frecuentes. Al ritmo de nuestros sentidos agudizándose nos íbamos metiendo sin vuelta atrás en las profundidades del espionaje. Mi título oficial era el de funcionario de la FSB (Federalnaya Sluzhba Bezopasnosti - Servicio federal de seguridad), el de los agentes pasivos estaba indicado sólo en documentos clasificados y fuera de registro todos éramos "spetsnaz", estrictamente hablando OSNAZ (Osobogo naznacheniya), un destacamento de fuerzas especiales, aunque, técnicamente, nosotros existíamos fuera de Rusia como ciudadanos rusos y nada más, de ser sorprendidos en plena labor, lo pagaríamos con la cárcel si es que no con la ejecución.

El 20 de Marzo salí del campamento con las llaves de mi nuevo hogar en un bolsillo y las órdenes de mi primera misión ardiendo en mi interior.

lunes, enero 01, 2007

El trabajo de Navidad, segunda parte

Algo que a veces cuesta entender de mi trabajo es que no importa por cuantos aros de fuego pase, no importa cuantas balas me esquiven ni cuantas cicatrices me definan el cuerpo, al final del día sigo siendo un humano con necesidades básicas como el amor, la comprensión, el cariño, el afecto, la diversión. Y si bien no es muy profesional de mi parte, hay veces en que estas necesidades se sobreponen a los objetivos y a las misiones, sin importar cuanto luchemos contra ellas, por la mañana aún así deseamos despertar con otro cuerpo caliente al lado que nos haga compañía y nos obligue a hacerles el desayuno.

Le había preguntado a Marguerite si me dejaría hacerla feliz.

Las cartas estaban sobre la mesa. Las últimas seis horas de su vida habían sido cuidadosamente manipuladas para poder llegar a esta encrucijada en donde ella diría que sí y yo entraría y robaría los documentos.

"Estoy casada, eso lo sabes bien"

"Pero puedo fingir que no lo sé si tú estás dispuesta a fingirlo también" La duda le cruzó como un rayo, mi plan se derrumbaba.

"Yo..."

"No" No más palabras, la besé.

Nos fuimos de aquel restaurante directo a su departamento y nos seguimos besando como locos, llevados por un frenesí más allá de lo conocido por mi, ni siquiera recuerdo haber escuchado el "click" de la puerta al cerrarse, ella tiró las llaves al velador, que lo esquivaron por apenas unos centímetros y luego todo se volvió un enredo de piernas y brazos, nuestros cuerpos mezclándose hasta casi fundirse sólo en uno y entonces, como un balde de agua fría, el recuerdo.

"Marguerite... Marguerite..." La tomé por los brazos y la alejé un poco de mi "Marguerite ¿dónde está el baño?"

"Allí" Apuntó la puerta que estaba directamente enfrente de nosotros, claro, un baño en la misma habitación, esto no estaba resultando como debería.

"Pero me sentiría extraño usando el mismo baño que tu esposo..." No sé de donde salió eso, pero funcionó, pues me envió al baño de visitas que, convenientemente, se encontraba cerca de la puerta hacia el exterior. Tomé mi mochila antes de salir de la habitación y partí hacia la pieza que hacía de oficina a M.Bâtard. Una vez allí revisé los cajones del escritorio en busca de los informes. Nada. Prendí la computadora y la conecté a un dispositivo portátil que tenía conmigo, escaneé todo el disco duro en busca de los archivos. Nada. Última opción, una caja fuerte, pero dónde. Guardé mis cosas y me puse la mochila al hombro justo a tiempo, a mis espaldas Marguerite observaba con clara desaprobación. "Siempre he soñado con tener un estudio como este", le dije.

"No deberías estar aquí"

"Lo sé, me perdí en el camino y no me pude resistir" Me tomó por el borde de la camisa y me atrajo hacia ella. Dejé caer mi mochila y la seguí. Ya después tendría que volver por ella y tendría otra oportunidad de revisar la oficina.

Me guió hasta el baño y yo me dejé, ella entró después de mi y cerró la puerta; allí continuamos con lo que habíamos comenzando hace un momento en la habitación. Marguerite comenzó a desabotonarme la camisa y lo primero con lo que se topó fue una profunda cicatriz que me atravesaba el hombro, una 9 mm. en Albania. Me escondí en su cuello, tomado por sorpresa por una profunda vergüenza. Sus manos repasaron con dolorosa ligereza el recuerdo que tenía de la Madre Patria en la espalda y luego sus labios besaron la pequeña cicatriz que se asomaba en la parte baja de mi abdomen. Un escalofrío eléctrico me recorrió por completo y despuntó en la nuca; sentía una necesidad tremenda de tenerla cerca de mi, de tocarla, de amarla. Me guió hasta la ducha y allí dimos rienda suelta a nuestros sentimientos y pasiones.

Ya entrada la noche, su cabellera me hacía cosquillas en la barbilla y el sueño se la llevaba lejos de mi.

"Nunca te pregunté qué estabas estudiando"

"Arte"

"Ajá... Y ¿Qué haces en Toulouse, no deberías estar con tu familia o tus amigos?"

"Sí, debería, pero verás, en mi camino hacia una catedral que quería fotografiar antes de irme, a una señora le robaron la cartera y sin quererlo me vi involucrado en la situación..."

Ya estaba dormida.

Cuidadosamente me levanté y me fui a la oficina, conecté el "code-breaker" a la computadora e inicié sesión, subí toda la información a un servidor seguro y luego comencé a buscar la caja fuerte, el modelo era una Fire-Safe® A5889, modificada. Botonera digital, probablemente clave de ocho dígitos. Con la navaja saqué el panel de la botonera, pelé algunos cables y uní otros; básicamente estaba engañando a la caja fuerte para que una vez yo conectara mi decodificador ésta no advirtiera el cambio de frecuencia ni de voltaje. Me tomó casi 20 minutos, pero lo logré, al parecer esta operación podía ser considerada todo un éxito, los papeles efectivamente estaban allí, así que los fotografié e inmediatamente los envié a mi servidor, luego los reemplacé por los informes que mi empleador me había dado y cerré la caja, ordené el desastre que había provocado y me fui a acostar al lado de Marguerite.

Unos rayos débiles se colaban por la cortina y unas manos suaves me acariciaban el pecho. Marguerite me susurraba al oído ininteligibles frases de amor. Deseaba poder decirle la verdad, llevármela conmigo, pasar una semana encerrado en una cabaña al sur de Canadá con ella, pero no, mi trabajo me ancla constantemente a la realidad.

Mi semi desnudez se hizo de pronto demasiado evidente, así que me di vuelta y le di el que yo sabía iba a ser uno de nuestros últimos besos, al poco rato me levanté a hacer desayuno y me fui.

No volví a saber ni pensar en Marguerite hasta mucho tiempo después, pero esa es otra historia para otra ocasión.

martes, diciembre 26, 2006

El trabajo de Navidad

Recuerdo un trabajo de navidad, como tan elocuentemente lo dice el título, que tuve en el invierno del 2000. Mi misión era robar unos informes corporativos de la casa de un informante en Toulouse, si no mal recuerdo eran documentos que demostraban el devastador efecto de una crema dermatológica en el medio ambiente.

Pasé cuatro días siguiendo a mi blanco y la noche anterior había decidido llegar a mi meta a través de su novia, quien, sin saberlo, sería una pieza clave para mi victoria. Pero algo salió mal, obvio que algo tenía que salir mal. Ella era una mujer despampanante; inteligente, hermosa. Por motivos personales prefiero no revelar su nombre, así que la llamaremos Marguerite.

Un chico, a quien le había pagado previamente, le robó la cartera y yo, como un caballero de reluciente armadura, salí tras él. Corrimos unas cuantas calles hasta dejar atrás a los posibles testigos y arreglamos cuentas en lo profundo de un callejón residencial. Me devolví con el pelo revuelto y el labio partido.

Ella, Marguerite, lloraba histérica en un banco de la plaza, rodeada de unos cuantos curiosos y un par de policías. Con fingida timidez me abrí paso y le puse el bolso en el regazo.

"Mademoiselle, mademoiselle, me parece que esto es suyo"

Marguerite me miró y se le iluminó la cara (y no sólo por haberle dicho Mademoiselle en vez de Madame).

Con anterioridad ya había yo investigado su historia. Su esposo, a quien llamaremos Monsieur Bâtard, era el perfecto idiota, dispuesto a engañar a su esposa con cuantas rubias se le pasaran por delante y, por esa misma razón, Marguerite y M.Bâtard habían estado yendo a terapia de parejas, o más bien, habían ido juntos un par de veces para que luego, en las 4 sesiones siguientes, M.Bâtard encontrara razones "doradas" para no asistir. Ella ahora vivía de una dosis extra grande de Prozac; tratando de sobrevivir el último destello de lo que había sido su matrimonio.

El hecho de que le hubiesen asaltado justo el día de su aniversario parecía empeorar terriblemente la situación, especialmente porque M.Bâtard estaba celebrando el día en París con su secretaria. Mientras a ella se le rompían los sueños en las frías calles de Toulouse.

Y allí estaba yo.

Se le iluminó la cara... y a mi también.

Después de pasar por la estación policial a hacer las respectivas denuncias, ella me invitó a comer algo. Acepté, más gustoso de lo que debería haber estado, pero acepté, tenía que hacerlo. Ella escogió el restaurant y ordenó por mi; estaba yo jugando la carta del estudiante de intercambio recorriendo Francia; el tiempo que viví en Irlanda me ayudó a construir un acento creíble y tremendamente atractivo para ella.

Ordenamos un trago y después otro y otro. Mi intención, en un principio, era robarle el bolso, sacar las llaves del departamento y dejarlo hasta allí, pero después de haberla visto la noche anterior todo mi ser deseaba que las llaves no estuviesen allí, deseaba vehementemente que mi trabajo fuera un poco más complicado de lo esperado en un principio, sólo para tener la oportunidad de conocerla.

"¿Estás casada?" Ella titubeó, pensó en esconder la sortija, lo leí en su cara, pero ya no podía, era tarde, se mordió el labio.

"Sí"

"Qué lastima" Miré al piso y me arreglé los lentes, levanté la mirada. En su mente todavía resonaban mis palabras, iba a llorar, lo que yo no sabía es si iba a llorar de felicidad o qué, esperé, las lágrimas no llegaron. Me habló.

"¿Y tú?"

"¿Yo?"

"Bueno, sé que no estás casado, no tienes anillo, pero algún compromiso tal vez, ¿alguna novia llorando aún tu partida en la vieja y fría Irlanda?"

"No"

"¿No?"

"No. El amor me escapa como el diablo a la iglesia... aunque a veces creo que está justo frente mi, como tú lo estás ahora, y soy yo quien no está listo para enfrentarlo" Medio sonreí. Siempre manteniendo un perfil más bien tímido. Ella también sonrió; me sonrió.

El camarero pasó y noté que llevaba un clavel en la bandeja, me disculpé para ir al baño y en vez de eso, hablé con él para que me diera o vendiera el clavel, al principio me miró como si fuera de otro mundo y trató de ignorarme, sin embargo recordé en seguida el idioma universal y saqué €20 de mi billetera, eso obtuvo su inmediata atención y a mi un clavel para la Madame. Cuando volví a la mesa Marguerite me miró extrañada, me paré junto a ella y le di un beso en cada mejilla, a la usanza europea, luego le entregué el clavel. Una lágrima negra rodó por su mejilla.

"Perdón"

"Oh no te preocupes, es que hace tanto tiempo que alguien no hace un gesto así por mi, estoy segura de que harás a alguna chica muy feliz, espera y verás"

"Y... ¿puedo hacerte feliz a ti mientras eso sucede?"

Continuará...