Me presento

Siberia. No hay lugar que cobije mejor los deseos perdidos que Siberia, a veces hasta parecen congelarse en el tiempo junto con uno.

Calama.

Calama no se parece en nada a Siberia, excepto, tal vez, por la soledad. El sol te derrite y te quita hasta el último suspiro de aliento, pareciese que Calama te traga con sus montañas rubias de fuego sólido; hay momentos en que lo único que quiero es sumergirme en la tina, hasta el tope de agua fría, y desaparecer.

Lo primero que me llamó la atención de acá, es que la gente mete los cigarrillos al refrigerador para que no se sequen, no sé que tanta verdad habrá en eso, me parece casi un crimen sacrificar un par de Lucky Strikes para corroborar la historia, como también sería un crimen desperdiciar las frutas frescas que me regala la vecina todos los sábados, creo que lo que le preocupa es mi palidez, pero no lo puedo evitar, nací en un país en donde el sol y el calor son más escasos que “chancho en misa” (espero haber ocupado bien la expresión, el castellano es más complicado que el ruso mismo). Otro detalle que me impresionó un poco es que acá es todo un lujo tener una dacha, en mi país las casas de campo son necesarias para poder cultivar hortalizas en el verano y tener un poco de sustento para el invierno. Nuestras vidas son muy distintas, pero de alguna manera siento que mi niñez sigue viva en estas calles.

Cuando tengo tiempo me voy en auto a pasear por las salitreras abandonadas, me contaron que hay una ¡ciudad entera bajo los desechos de una mina! Me parece casi increíble, pero acá la gente es de fiar, no creo que me hayan mentido sobre eso.

No hallo la hora de que alguien se anime a llevarme a Chuquicamata, en mi libro dice que es la mina de cobre a tajo abierto más grande del mundo, me mostraron una foto de los camiones que usan y son enormes, tan altos como 2 o 3 personas hacia arriba; el día que llegué acá vi como transportaban uno de ellos por partes, son tan grandes y pesados que no pueden transitar por las carreteras como vehículos normales, las destrozarían por completo y costaría un ojo de la cara reconstruirlas.

No echo tanto de menos mi tierra, es decir, no tanto como pensé que la iba a extrañar, probablemente porque vivo en un lugar completamente opuesto, creo que si me fuera al sur de Chile, donde el clima es más frío y los valles se asemejan más a mi madre patria, me entraría la nostalgia y no podría aguantar mucho, sin embargo, por suerte, me mantengo ocupado con la misión y tratando de decodificar los mensajes, se nota que he perdido la práctica, pero ya de a poco le voy agarrando el ritmo, si todo va bien, de aquí a un par de meses más voy a ser más chileno que los porotos.